Lizundia y Knörr se retratan
Por las cartas de Henrike Knör (publicadas el pasado 24 de octubre) y José Luis Lizundia (el 28 de octubre), ya habrá notado el lector cuánto da de sí el nacionalismo vasco si éstas son dos de sus figuras más preclaras y dialogantes. El uno, con silencio de colegial pillado en falta, rehúye una vez más lo que se le preguntaba: si hay algo así como "derechos de la lengua" y "derechos de un pueblo", unas creencias antidemocráticas de las que él se pavonea y en las que aquí se han basado la injusticia política y la violencia armada. El otro sostiene que el señor Knör tiene derecho a llamarse "como le venga en gana".Esa libertad individual es precisamente la que ambos, sin más razones que el torpe interés del poder al que sirven, procuran cada día impedir a sus conciudadanos vascos: que hablen la lengua que les venga en gana, que será la que mejor conozcan. Pues ya es casualidad, el primero presidía y aún preside en su Academia la comisión de Onomástica, esa tropa de sabios comisarios capaz de dictaminar en 1996 que Pedro debía llamarse Petri, Enriqueta sería en adelante Henriketa (aunque Henrique, al parecer, contaba con permiso hasta julio de 1997 para decirse Enrike), y Jacinta, para siempre Hiazinta.
¿Y negarán también estos ilustres académicos su pertenencia al Consejo Asesor del Euskera, que acaba de redactar con torpeza parvularia el Plan General para el Fomento del Uso del Euskera -aprobado por el Gobierno vasco el 28 de julio pasado-, todo un programa de limpieza étnica en su versión lingüística?
El señor Lizundia se entristece por mi causa porque, a poco que pensara, tendría que entristecerse amargamente por la suya. A mí, en cambio, los ejemplos de uno y otro me ofrecieron hace ya tiempo la dichosa ocasión de saber lo que no, como ciudadano, quería llegar a ser.-
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