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El estilo es el hombre

"Le style c"est l"homme même". La frase la dejó escrita Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, en su disertación inaugural tras su elección como uno de los "cuarenta inmortales" de la Academie Française.Efectivamente así es. El estilo es lo que nos hace ser lo que somos, es la expresión de nuestra individualidad en cuanto seres sociales. Es el resultado del ejercicio reiterado de la libertad personal ante las innumerables circunstancias independientes de nuestra voluntad en las que hemos tenido que ir definiendo lo que queremos ser. Ese estilo es, por tanto, el retrato. El de verdad. El físico y el psicológico. El retrato biográficamente construido, que refleja no sólo lo que somos, sino lo que hemos llegado a ser. Por eso, a partir de un determinado momento, el estilo queda fijado y únicamente admite retoques insignificantes.

En el momento en que se produjo la detención del general Pinochet y vi la primera reacción de José María Aznar en Oporto me acordé de la frase del conde de Buffon. A lo largo de estas semanas el recuerdo se ha ido haciendo cada vez más intenso.

Nadie puede dejar de entender que el presidente del Gobierno tiene que tener suma cautela al reaccionar ante un acontecimiento como éste. Es verdad que Chile no es para España un país cualquiera. Es verdad que la detención, eventual extradición y procesamiento del general Pinochet no deja de plantear problemas muy serios tanto desde una perspectiva jurídica como política. Pero no lo es menos que Augusto Pinochet tampoco es un dictador cualquiera y que lo que ocurrió en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973 dejó una huella muy profunda en España en el momento en que se iniciaba el proceso de transición a la democracia. La destrucción de la democracia chilena estuvo muy presente en el proceso de construcción de la democracia española.

Nada de esto último ha sido tomado en consideración por el presidente del Gobierno. Su reacción ha sido de una unilateralidad escandalosa. No ha habido ni un solo gesto genuinamente democrático en su comportamiento, ni una sola señal de identificación con el proceso que condujo de las Leyes Fundamentales de Franco a la Constitución actualmente vigente. Su reacción ha sido la típica de la derecha española de finales de los años setenta. Una actitud tibia, ambigua, de reserva ante la democracia que en aquellos años se estaba abriendo camino trabajosamente.

Lo irritante de la reacción de José María Aznar ha sido su "estilo". Ha sido el "franquismo" con que ha reaccionado. Ha sido su manera de escurrir el bulto. Su forma de dirigir la acción de la Fiscalía General del Estado y la de la Audiencia Nacional en este asunto. Su negativa a hacer la más mínima valoración moral de la dictadura chilena. Mientras que en el resto de los países europeos las reacciones de los dirigentes políticos han sido discretas pero inequívocamente democráticas, con la excepción de la de Margaret Thatcher, en España, que por todos los motivos era el país europeo más afectado, la reacción de su presidente del Gobierno ha sido cuando menos "predemocrática".

Es probable que el proceso de aclimatación a la democracia de una derecha con una escasísima tradición democrática, haya exigido que dicho proceso sea dirigido por una persona como José María Aznar. Pues, como dice el refrán, no hay mejor cuña que la de la misma madera. Es posible que la suerte en este sentido estuviera echada en el momento en que se produjo la descomposición de UCD y la AP de Manuel Fraga se quedó como la fuerza representativa de la derecha española y como única alternativa frente a los socialistas. Es posible que después de Manuel Fraga sólo pudiera venir una persona como José María Aznar. Es posible que haya tenido que ser así. Pero es conveniente que no se olvide. En todo caso, el "estilo" Aznar ha venido a recordárnoslo.

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