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Copperfield despliega su magia interactiva

El mago muestra en Madrid y Barcelona un espectáculo de "física, química y comunicación"

Nada por aquí, nada por allá. David Copperfield ya está en España. Llegó ayer con sus padres rusos, su sonrisa-dentífrico más diabólica que mágica y vacilando de levita Gucci: "Es antibalas". El mago apareció 45 minutos tarde en su cita con la prensa y recibió una pitada, pero no se inmutó. Se ve que el novio de Claudia Schiffer ("no, no hay boda") va por la vida tranquilo y vendiendo entradas. Ayer las agotó en Madrid, donde voló, se partió en dos e hizo desaparecer gente. Su magia "interactiva, física, química y de comunicación" estará en Madrid hasta el día 8 y en Barcelona del 11 al 15.

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David Copperfield tiene 42 años, una fortuna colosal, un Jumbo 747, un mueso-biblioteca de magia en su casa de Las Vegas con 80.000 piezas de coleccionista (entre ellas, cosas de Houdini y una edición de Hocus Pocus Jr. 1654), una novia top-model. Pero sobre todo eso sobresale una aparente capacidad innata para fascinar auditorios (y patrocinadores) con su mezcla de trucos "grandes y pequeños", su palabrería, propia de un feriante antiguo, y su pulcra imagen de divo de la canción ligera.Denostado por numerosos magos y aficionados clásicos, que lo acusan de falsear, usando una tecnología tan sofisticada como la de la NASA, la más bella y pobre tradición artesana de la magia, el público de todo el mundo ha convertido sin embargo a David Kotkin en una auténtica estrella del showbusiness, capaz de convencer a gente como Coppola, Versace o Yamamoto para colaborar con él.

Desde pequeño

Entre preguntas presuntamente ingeniosas (¿Usted echa el polvo y desaparece? ¿Le dice Claudia que vaya volando? ¿Le ha pedido Clinton que le desaparezca a Lewinsky?) y los consiguientes chistes fáciles de respuesta ("Claudia hace magia conmigo", "Los dos volamos mucho a Mallorca", "El truco para seducirla fue no dejar de hablar"), Copperfield se las arregló ayer para contar su vida y explicar su trabajo.Y, la verdad, nada que ver con Dickens, salvo que empezó a trabajar siendo muy pequeño. Fue allá en su New Jersey natal. "Era como un sueño. Tener la magia me hacía sentirme especial ante los otros niños. Empecé a ir a la biblioteca a leer libros, y como mis amigos me daban ánimos, eso me motivó para seguir adelante, ir mejorando, inventando nuevos trucos".

Todo ello, pese a que sus ídolos de infancia "no eran magos puros, sino gente como Frank Sinatra, Gene Kelly, Fred Astaire y Walt Disney, que eran magos a su manera, y por eso ahora hay mucho baile y acción en mi espectáculo".

A los 11 años, el pequeño Davino ya cobraba cinco dólares por actuar en las fiestas de cumpleaños. Poco después, debutó en Nueva York y se puso ese nombre artístico tan peculiar, antes de convertirse en el miembro más joven de la Sociedad Americana de Magos. "Entonces no sabía que Dickens había sido un mago casi profesional. Me enteré después, al comprar un lote de magia en Londres". Y ahora que ha llevado su nombre por medio mundo, dice que el dinero importa poco: "Que no se entere mi manager, pero me gusta tanto lo que hago que lo haría gratis."

Su eslógan es "intriga, fascina, entretiene y sorprende". Él prefiere definir su trabajo como "fabricar una película de cine y hacer despegar un cohete a la luna a la vez". Y lo explica así: "Mis trucos tienen detrás muchas horas de estudio, mucho trabajo de física, química, diseño y comunicación. Son los mismos temas de siempre, tratados con distinto método. Y tengo 18 horas de espectáculo. Houdini, al final de su vida, tenía sólo hora y media".

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