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Consolidación

Enrique Gil Calvo

¿Qué lectura cabe hacer del mensaje pronunciado el 25-O por el electorado vasco? Felipe González abrió aquella campaña señalando que se trataba de elegir entre los espíritus de Ermua y de Estella. Pues bien, los firmantes de la Declaración de Lizarra han perdido cuatro escaños mientras los defensores de Ermua los ganaban. Es verdad que el frente de Estella todavía es mayoritario (43 escaños frente a 32) pero su ventaja sobre el de Ermua (que era de 19 escaños antes) se ha reducido sobremanera (para ser de sólo 11 escaños ahora). Y a este paso, en un par de legislaturas Lizarra quedaría en minoría.También cabe otra posible lectura, que es la del incremento de la polarización, pues sólo ganan claramente HB y PP, mientras los demás pierden en términos absolutos o relativos. Pero esta obviedad precisa una reinterpretación, pues parece evidente que el electorado vasco no se está haciendo más extremista, sino al revés, mucho más moderado. Si se ha votado más a EH que a HB ha sido, precisamente, porque los independentistas han renunciado a la lucha armada y se han democratizado. Y correspondiendo a este cambio de siglas bautismales, sus bases sociales les han premiado con un renacimiento electoral. Lo cual resulta extraordinariamente importante.

Como ya sostuve antes (véase mi columna Clausewitz, EL PAÍS, 9-2-98), "la condición suficiente para que ETA se rindiese militarmente sería que HB venciese políticamente", pues así "podría constatar que tiene mucho más que ganar por medios políticos que por medios bélicos". Pues bien, esta condición ya se ha cumplido sólo que invirtiendo sus términos: ETA se ha rendido para que HB pueda vencer en las urnas, recuperando el apoyo de sus bases sociales. Y gracias a eso, los abertzales iniciarán su proceso de democratización, aprendiendo a responsabilizarse y a respetar los derechos ajenos.

¿Abona esto la hipótesis de la segunda transición? Supongamos por un momento que sea así. Pero entonces, ¿de qué tipo de transición se trataría? Algunos la comparan con la primera transición española, dada la similar pugna entre reforma o ruptura. Sin embargo, el modelo analítico que mejor cuadraría es el chileno de transición otorgada hacia una democracia vigilada, haciendo ETA el papel de Pinochet que, con el póker golpista de su poder fáctico, inicia el proceso y controla su desarrollo, llevando en todo momento la iniciativa, imponiendo su impunidad penal y reservándose el poder de veto.

Por eso parece tan peligrosa la hipótesis de la segunda transición. Y en su lugar cabe definir el escenario vasco no como una transición a la democracia, sino como un proceso de consolidación democrática, que es un tipo analítico completamente distinto. Ahora nos estamos enfrentando no a la apertura de una segunda transición, sino al cierre definitivo de la primera, que todavía no ha culminado su consolidación. Suele considerarse que, si Suárez lideró la transición, fue González quien la consolidó, sometiendo a los militares al poder civil. Sin embargo, esa consolidación no se completó en el País Vasco, cuyo reloj político quedó parado en la primera transición: y la prueba es ETA, pero también los GAL. Por eso hace falta todavía cerrar aquella transición completando su consolidación en Euskadi.

¿Cómo se consolida una transición? De creer a Linz, Di Palma u O"Donnell, hace falta una sola cosa: la común aceptación por todos los actores políticos, sin que ninguno se margine o autoexcluya, de las mismas reglas de juego, de tal forma que la democracia llegue a ser, según la célebre fórmula de Linz, the only game in town. Por tanto, esta concepción minimalista sólo impone dos condiciones para el logro de la consolidación democrática: primero, negociar unas comunes reglas de juego aceptables por todos; y segundo, imponer el cumplimiento de tales reglas, sin que nadie resulte excluido. De ahí la necesidad española de alcanzar un pacto cuasi constituyente con los abertzales vascos, a fin de que acepten jugar the only game in town.

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