Pesadilla
Sin duda, Pinochet, en el sopor que producen los calmantes después de una operación, ha tenido algunas pesadillas en la clínica de Londres. A las cuatro de la madrugada, una sombra sigilosa se introducía en su habitación y le levantaba la manga del pijama para tomarle la tensión, pero el general gritaba que le estaban aplicando electrodos para torturarlo. Luego, él mismo, en la inconsciencia, se palpaba la herida producida en el quirófano e imaginaba que el cirujano lo había acuchillado sólo por cuestiones ideológicas. Pinochet seguía gritando dentro de una cámara neumática, y en respuesta a sus alaridos, en el pasillo interminable de la clínica, después de un tiempo infinito, sonaban los pasos de dos celadores inmensos que se plantaban ante su cama, lo agarraban y le metían la cabeza en la bañera hasta ahogarlo, cuando en realidad ellos sólo trataban de quitarle la sonda de la vejiga para aliviarle. Una dulce enfermera se le acercó con una jeringuilla y el torturador Pinochet se puso a llorar a lágrima viva creyendo que le iban a dormir para siempre con una dosis letal. No se preocupe, general, que está usted en buenas manos, esto es un hospital civilizado, no una comisaría, le juraba la enfermera, pero la pesadilla seguía y ahora Pinochet oía el sonido de un helicóptero que sobrevolaba el tejado. Aunque la morfina le había relajado el cuerpo, el terror le llegaba hasta el fondo del alma. Pensaba que de un momento a otro el hospital comenzaría a ser bombardeado y después la gente lo asaltaría y él tendría que huir desnudo arrastrando los vendajes sin poder evitar que lo arrojaran por una ventana. La enfermera le dijo que ese helicóptero sólo estaba allí para protegerle; ande, excelencia, vuélvase de espaldas que voy a pincharle. Señorita, tiene usted órdenes de asesinarme, ¿no es cierto? No general, sólo es una inyección para que usted duerma tranquilamente. No tema, que no le voy a hacer daño. Un militar como usted tendría que ser más valiente, no vaya a llorar. Yo le he visto a usted de uniforme hecho un gallo con polainas, como visten los militares que nunca ganan una guerra sino contra su propio país. Ande, ande, mi general, bájese el pantalón y muéstreme una de sus miserables posaderas. Pinochet le hizo jurar a la enfermera que jamás contaría a nadie que le había visto llorar sólo por una inyección después de haber mandado asesinar a miles de personas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
Archivado En
- Centros salud
- Caso Pinochet
- Augusto Pinochet
- Opinión
- Tortura
- Clínicas
- Atención primaria
- Extradiciones
- Cooperación policial
- Integridad personal
- Sentencias
- Hospitales
- Reino Unido
- Derechos humanos
- Sanciones
- Europa occidental
- Casos judiciales
- Sucesos
- Juicios
- Asistencia sanitaria
- Europa
- Proceso judicial
- Delitos
- Sanidad
- Justicia