Galdames, minera y encartada
No ha hecho justicia el tiempo al concejo encartado de Galdames. Esta localidad vizcaína, una de las principales proveedoras de hierro desde tiempos del Imperio romano hasta hace bien poco, acogedora de los principales linajes vascongados, dormita hoy en el general desconocimiento; en parte por las dificultades de acceso, y también por la ausencia de una infraestructura turística como la que pueden tener muchas otras localidades de Euskalherria con iguales encantos. Galdames, desde la ermita de La Magdalena en su barrio de Urallaga hasta la torre de Loizaga, sin olvidar la cueva de Arenaza o sus bosques de castaños, posee atractivos para todos los gustos. Ubicado en una serie de valles característicos de las Encartaciones vizcaínas, hoy habitado por cerca de mil habitantes, Galdames ha sido territorio apetecible desde hace por lo menos 16.000 años. De entonces datan las pinturas del santuario de Arenaza, que recoge en sí misma los dos polos de la historia de Galdames, ya que parte de sus galerías fueron utilizadas como túneles de mina, causa entre otras del deterioro de los restos pictóricos. Hoy en día, por esta y otras razones para la conservación de su patrimonio, las cuevas de Arenaza están cerradas habitualmente al público: sólo pueden entrar en ellas quienes vayan a investigar los restos estos primeros pobladores de Galdames. También se encuentra cerrada al público, más que nada porque es una propiedad privada, la famosa torre de Loizaga. Ya poco queda de aquel bastión encartado: después de que un incendio provocado por un rayo acabara con ella en los años sesenta, sus actuales dueños han reformado tanto la torre como sus alrededores, y más parece un castillo de película que una de esas casas fuertes que pueblan la geografía vasca. Pero la visita merece la pena. Si Galdames ya aparece apartado de las vías de comunicación actuales (a pesar de su notoriedad económica hasta hace bien poco), la de Loizaga es quizás de las más recónditas de las torres vizcaínas: después de desviarse de la carretera que va de Galdames a Güeñes, gracias a un rudimentario cartel indicativo, el interesado asciende por una pista de cemento en deficiente estado que desemboca a la vuelta de una curva en este castillo escondido entre bosques de pinos y castaños. Pero la ascensión merece la pena: la torre domina el valle de Galdames desde una ubicación excepcional que se podría resumir en ver sin ser visto. La visita a su interior no está permitida, pero la afición reconocida de su dueño por los automóviles (posee una importante colección de Rolls Royce) le ha llevado a organizar rallies que tienen como punto final la torre de Loizaga. Es en esos momentos cuando algunos afortunados pueden disfrutar del interior del castillo. En esto sí que mantiene la tradición de las torres medievales, de las que ésta era digna representante. Las casas torres formaban vínculos entre ellas, motivo quizás de la presencia del linaje guipuzcoano de Loizaga en las Encartaciones. Estas interminables relaciones llevaban a que en las torres se mantuviera día y noche calderas al fuego con viandas para todo el que a cualquiera hora llegase a la casa fortaleza. Y a la hora de comer se llamaba con una bocina, para que los que pertenecían a la torre acudieran a satisfacer su apetito. Pero Galdames no sólo cuenta con la torre de Loizaga. Existen también otras, algunas veces aisladas como aquélla, aunque también las hay ubicadas en el núcleo de un barrio. Así están la de Ibarruri o Achuriaga, reformada y de buena estructura, en San Pedro; la de Larrea y la de Villa, en los barrios de estos nombres; la de Peñoñori, en San Esteban, etc. Pero la mayor parte de ellas han ido desapareciendo con el tiempo y sólo la de Loizaga mantiene una presencia, aunque totalmente reformada, que recuerde su prestigioso pasado. Ahora hay que echar mano del poema de Antonio de Trueba para evocar el prestigio de sus buenos tiempos. Los primeros versos que compuso el cronista por excelencia de las Encartaciones, y sobre todo de Galdames, en cuyo barrio de Montellano vino al mundo, estaban dedicados a la torre de Loizaga. "Mil veces te he comparado/ con una reina orgullosa,/ que, en alto trono sentada,/ de omnipotente blasona./ Por trono tienes la cumbre/ donde te alzas majestuosa,/ y tus gigantes almenas/ constituyen tu corona./ Vasallo tuyo es el pueblo/ que humilde a tus pies se postra/ y tiembla si te dirige/ su mirada respetuosa", rememora el joven Trueba por entonces dependiente de una ferretería madrileña. Antonio de Trueba siempre que recordaba Galdames hacía hincapié en la tradición minera de su pueblo natal. Esta dedicación del concejo de Galdames a excavar en sus montes, en busca de hierro principalmente, se remonta a la época del bajo Imperio romano: no en vano en mapas de esa época aparecen señalados el puerto de Flavióbriga (la actual Castro Urdiales) y la calzada romana que la unía con Pisórica (Herrera de Pisuerga, Palencia), y que pasaba por lo que hoy es Galdames. Casi un par de milenios después, el ferrocarril que unía las minas del pueblo con el puerto de Castro volvió a recuperar aquel camino romano en el que Galdames era paso obligado. Y es que la importancia de la minería en este concejo le hizo vivir a Galdames una verdadera fiebre del oro. El ferrocarril a Castro está abandonado, al igual que las numerosas instalaciones mineras, pero la plaza del núcleo central del concejo recuerda con un monumento a los mineros, a los cientos de ellos que deambularon por las minas de estos valles que hoy dan refugio a bosques interminables salpicados de algún que otro prado. El monumento, obra de Benlliure, está dedicado a José María Martínez de las Rivas, prohombre de la industrialización vizcaína, y está salpicado de escenas de la minería. Ya no queda nada de aquellas excavaciones y ahora Galdames parece dejado de la mano de Dios, a no ser por las visitas que puedan acudir al parque de Atxuriaga o la tradicional romería que todos los años sube hasta la ermita de La Magdalena, en la parte del concejo más cercana a La Arboleda, para venerar a una imagen sagrada para los mineros. Reformado el castillo de Loizaga y abandonada la minería, Galdames, como buena parte de las Encartaciones vizcaínas, es uno de los parajes de Euskalherria que más ha sentido la llegada de los nuevos tiempos.Datos prácticos
Cómo llegar: Galdames es uno de los pueblos más recónditos y disperso de las Encartaciones. La mejor manera de acceder al núcleo central es salir de Bilbao hacia Santander por la N-634 o la A-8 hasta la salida de Somorrostro, donde se toma el desvío en dirección a Sopuerta por la BI-2701. En esta carretera se coge el desvío hacia Galdames por la BI-3631. Antes está el desvío hacia el barrio de Urallaga donde se encuentra la ermita de la Magdalena. La torre de Loizaga está cerca del núcleo de Galdames, en el barrio de Concejuelo. Alojamiento: En Galdames, la única oferta de alojamiento es el albergue municipal (tel. 94 6504154). Ya en Balmaseda se puede acudir al hotel San Roque (tel. 94 6109611) y en Zalla, al hostal Chicote (tel. 94 6390178). En las cercanías de Galdames hay tres agroturismos: Andima Zahar Baserria (tel. 94 6504077) y Lezamako Etxe (tel. 94 6504237), en Sopuerta, y La Toba (tel. 94 6109611), en Artzentales. Comer: En Galdames, hay tres establecimientos que ofrecen comidas: restaurante El Puente (tel. 94 6104662), bar Azkona (tel. 94 6504173) y el batzoki (tel. 94 6504058). Ya en Sopuerta, el Valentín (tel. 94 6504201) y en Balmaseda, los restaurantes Abellaneda (tel. 94 6801674) o Iza (tel. 94 6102268).
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