Merino construye un libro con emociones y sensaciones
Cuando a José María Merino, coruñés por accidente, leonés por vocación, un editor de su tierra, el de Edilesa, le encargó un libro sobre la memoria, sometió a su memoria a un ejercicio de estilo y le salió ese "viaje en el tiempo", esa exploración del "territorio de la memoria" que es Intramuros, la última novela de Merino, la más lírica, acaso, y la que más agarrada está a la memoria de un tiempo, su infancia, de una época, la posguerra, y de una ciudad, León."Desde la altura de mi edad", confiesa Merino (1941), se lanzó a la aventura de recordarse, recordando un tiempo y un lugar, sabiendo que "nosotros ocupamos los lugares, pero son también los lugares los que nos ocupan a nosotros". No forzosamente mirar atrás provoca en el escritor, que también es poeta, que le aflore su vena lírica, aunque ésta haya brotado sin ninguna duda en Intramuros, aun sin renunciar a la pretensión narrativa, pues ésta es, enfatiza Merino, "una historia de historias, en las que aparecen los amigos, la familia, el niño que fui y todos aquellos ritos agrícolas y urbanos que en el León de la posguerra se juntaban".
Luis Mateo Díez presentó el que es, quizá, "el libro más poemático de Merino, acercándose tal vez a lo que es, o debiera ser, la novela lírica". En su opinión, no hay, que su memoria de lector registre, "un libro como éste en el que sea tan extraordinariamente original el compromiso lírico con la infancia". Merino levanta acta de la memoria de un niño, pero también, colectivamente, de la memoria de una ciudad, "una memoria que, como no podía ser de otro modo en el caso de Merino, está mezclada a partes iguales de realidad y de irrealidad".
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