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"Hace tres años que no miro a lo lejos"

Un 44% de los internos encuestados confiesa que sufre alguna "enfermedad seria"; el 26% se refiere, en concreto, al sida. Un portavoz de Instituciones Penitenciarias reveló el viernes que la tasa oficial de infectados por el VIH es del 20%, y que está en en franco descenso.La tríada que forman la hepatitis, el sida y la tuberculosis constituyen una gran amenaza tras los barrotes : "He contraído el VIH después de mi ingreso en prisión... No sé aún cómo, pero no ha sido por compartir mi jeringuilla ni por actos sexuales. Creo que es por la masificación de la Cárcel Modelo, en la que habitábamos 6 personas por celda y [compartíamos] las cuchillas de afeitar". "Yo", cuenta otro recluso, "entré más sano que una naranja, y ahora tengo problemas de hígado, casi todos los dientes picados, la vista cansada, cogí la hepatitis...". Algunos encuestados que gozan de buena salud lo atribuyen, más que a las medidas de prevención, al cielo: "Gracias a Dios no he cogido ninguna enfermedad grave..."; "Anticuerpos, de momento, gracias a Dios no tengo".

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Aunque un el 47% indica que en la enfermería se le trata bien, casi todos evocan que alguno de sus sentidos -vista, olfato, gusto- se ha deteriorado: "He perdido vista porque no tengo horizonte y el patio es muy pequeño"; "Hace tres años que no miro a lo lejos".

Malos tratos

Sólo 528 internos, de los 1.010 consultados contestaron a la pregunta de si habían recibido malos tratos. La respuesta de un tercio de los encuestados fue afirmativa. Coincide que el 68% de los que contestaron había estado alguna vez en primer grado (celdas de aislamiento).¿Qué tipo de malos tratos recibiste?, se les preguntó. Uno respondió así: "Desde pegarme palizas con porras y sprays, hasta tenerme desnudo dos días enteros y esposado, entrando a pegarme, normalmente en los cambios de guardia...". Las alusiones a supuestos apaleamientos son profusas: "He tenido que pasar por una fila de funcionarios y guardias civiles todos con porras hasta el final de un pasillo"; "Me esposaron y me enrollaron en un colchón de espuma. El colchón lo sujetaron a mí con correas y me dejaron así un día, conmigo dentro, en el suelo (...) en un verano que hacía un calor asfixiante". La tortura psicológica presenta variantes como ésta: "Los guardias no dejaban que tuviésemos tabaco en la celda, pero sí podíamos tener el mechero, y había un cenicero, que me producía ansias de fumar, y el cenicero no podía esconderlo; de lo contrario, un parte".

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