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Patios y celdas de aislamiento

El 84% de los internos confiesa que sus días transcurren en el patio, la instalación más apegada a la libertad: "Allí paseo y veo pasar el tiempo". En el patio -pueden salir un máximo de cuatro horas- se palpa el pulso de la prisión, se trapichea con droga, dicen los encuestados, y los desesperados apuran la miseria ("Infinidad de compañeros cogen colillas en el patio"). También es caja de resonancia del penal ("Se rumoreaba en el patio que uno de la [celda] 215 se ahorcó. Unos decían que era porque le había dejado la mujer"). Otro interno describe: "Está lleno de presos enfermos con muletas y en los huesos esperando la muerte. De moribundos, los llevan a la enfermería para que el inquisidor [el juez de vigilancia] les mande a morir al hospital".Las celdas suelen ocupar unos nueve metros cuadrados. Las de las nuevas prisiones son más cómodas, calefacción, aire acondicionado, "y enchufes para televisión", matiza un interno. Pero el hacinamiento y ausencia de intimidad persisten: "Con perdón de la palabra, cuando el compañero o yo estamos dando de cuerpo, tenemos que tener la cabeza sacada de la ventana". Las celdas de aislamiento, sobre todo las de las viejas cárceles, evocan horror: "En el Dueso teníamos que pasear encima del somier (...) Usábamos los cordones de las bolsas del pan de calcetines y los pies envueltos en papel higiénico (...). Un preso describe así su celda de castigo: "Hay un agujero en el suelo que sirve de retrete, y del que salen ratas a las que ya les tengo cariño porque comparto con ellas mi comida; si no, no me dejan tranquilo".

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