El Papa, la modernidad y la teología de la liberación
El pontificado de Juan Pablo II cubre casi todo el último cuarto del siglo XX , periodo especialmente complejo durante el que se ha venido gestando un cambio de época. Se trata de un pontificado largo, pero en ningún caso anodino, irrelevante y rutinario. Rebuscando en la reciente historia de la Iglesia católica difícilmente se encuentre un Papa con tanto protagonismo como el actual, no sólo en la esfera religiosa, sino también en la sociocultural y política. Él es uno de los actores principales que ha intervenido en los más importantes acontecimientos de la escena mundial. Su personalidad tiene rasgos bien distintos de la de su predecesor, Pablo VI. Frente al carácter hamletiano, dubitativo e inseguro de Pablo VI , destaca la figura afirmativa, firme, resuelta, segura y, por ello, controvertida del Papa actual, que, sin duda, dejará una huella difícil de borrar. Ofrezco, a continuación, unas observaciones críticas sobre este pontificado. A mi juicio, Juan Pablo II no ha entendido la modernidad. Más aún, ha adoptado una actitud defensiva y beligerante frente a ella, presentándola como enemiga del cristianismo y haciéndola responsable de la crisis actual de éste. En plena época de secularización, ha cuestionado la autonomía de las realidades temporales -apoyada por el Concilio Vaticano II- y ha defendido la necesidad de confesionalizar la sociedad y la cultura. Su pontificado se ha caracterizado por un intento de restaurar el viejo régimen de cristiandad, aunque, sin embargo, no ha logrado su objetivo.
Tampoco parece haber entendido a los teólogos y teólogas que mantienen una actitud dialogante con la modernidad y se posicionan críticamente ante la institución eclesiástica. Precisamente por ejercer su función crítica, algunos han sido amonestados, otros condenados a severísimas penas, y la mayoría está sometido al control de la ortodoxia. Se da el caso paradójico de que no pocos teólogos bajo sospecha durante al actual pontificado fueron asesores de Juan XXIII y Pablo VI, y redactores de los documentos del Concilio Vaticano II.
Creo que Juan Pablo II no ha llegado a entender el actual pluralismo religioso y cultural, y sigue moviéndose todavía en el viejo escenario cristiano occidental, más propio de la Edad Media que de finales del siglo XX. Buena prueba de ello son los discursos pronunciados en sus viajes por todo el mundo, que responden siempre al mismo patrón ideológico-moral, sin tener en cuenta los diferentes contextos culturales en que son pronunciados. En ese marco no es posible la inculturación de la fe. Lo único que cabe es una neocolonización cultural y religiosa.
El Papa actual no ha conseguido entender el profundo significado emancipador de la revolución feminista que recorre el mundo, ni ha sacado las consecuencias oportunas para la propia Iglesia católica. Su actitud ante la mujer responde, más bien, a una visión androcéntrica del ser humano y a una concepción jerárquico-patriarcal de la Iglesia y de la sociedad. En la sociedad, la mujer ha logrado su reconocimiento como sujeto social y político. En la Iglesia católica, sin embargo, a la mujer no se le considera sujeto religioso, ético y teológico. Es tratada como "menor de edad" -en el sentido kantiano de la expresión-.
Creo asímismo que no ha entendido a las comunidades de base ni a los movimientos cristianos proféticos, ni a las teologías de la liberación, nacidas preferentemente en el Tercer Mundo. Unas y otros suelen ser acusados de tenderse acríticamente en brazos del marxismo, de trasladar la lucha de clases al interior de la Iglesia y de reducir el cristianismo a un proyecto de liberación política y económica cerrado a la trascendencia. Mientras se condena a los teólogos/as y cristianos/as de la iberación, se apoya institucionalmente a grupos cristianos aliados con el poder y a las teologías conservadoras que le sirven de legitimación religiosa.
A las puertas del siglo XXI, Juan Pablo II tiene todavía pendiente una asignatura más, quizá la más urgente y de la que dependen las demás: la democratización de la Iglesia. Él, que de manera tan convincente y certera defiende los derechos humanos en la sociedad, está llamado a dar ejemplo respetándolos y reconociéndolos en el seno de la Iglesia católica.
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