Morir en Madrid
Los madrileños morimos porque hay que morir alguna vez, está escrito, pero también porque nos matan, y mucho. En las postrimerías del siglo XX, del milenio, las parcas rondan por las destrozadas calles de nuestra ciudad. Te matan, verbigracia, por peatón: un 43% de las víctimas mortales de circulación habidas en el primer semestre del año pasado estaba constituido por transeúntes, gentes de a pie, y las cifras caminan siempre in crescendo. Si sobrevives, tu Ayuntamiento te acecha sañudamente, te pune especialmente. Será para protegernos de nuestra insensatez, de ese impulso idiota que nos lleva a saltar a la calzada para salvarnos de las motos rugientes que con impunidad y estruendo circulan por las aceras. O para invitarnos sutilmente a la práctica del atletismo -prescindiendo de edad, dignidad y condición física originaria- a ver si somos capaces de cruzar con luz verde por los semáforos durante esos segundos en que, generosamente, se abren para nosotros. No es mala práctica... Pero a mí me parece que mejor sería incrementar las penas para los atropelladores, no los atropellados.Mueren las mujeres por serlo. Como Belén, de Móstoles, 25 años, 24 denuncias contra su brutal marido por los malos tratos que a ella y sus niños propinaba. Denuncias inútiles, hasta que el bestia la cazó en un descampado y la asesinó de una puñalada en el estómago. El o la bestia, Bernardo, declaró ante la policía que su esposa había sido atracada por terceros, y al principio le creyeron. Y es que no tenía antecedentes, estaba limpio. Veinticuatro denuncias desparramadas por los juzgados, calificada cada una como "falta" (¿o acaso "faltilla"?), de modo que aquel señor tan bueno no era un delincuente (para ello hubiera tenido que acumular dos), que aquel señor tan estupendo tenía licencia para matar a la pobre chica, y la aprovechó sin dilaciones. ¡Dios mío!, tantos ordenadores, tantos internetes, para nada. A Belén, de Móstoles, la mataron su marido y la justicia española.
Mueren muchos, demasiados trabajadores por accidentes laborales, otro triste récord de Madrid, capital de España. El último de que tengo noticia cuando esto escribo (ojalá siga siéndolo cuando aparezca la columna) es el sufrido por un obrero que cayó de un andamio mientras trabajaba en la construcción de un nuevo centro comercial, ¡cómo no!, en la confluencia de Alcalá y Hermanos García Noblejas. Parece que "la obra era segura", según declaraciones de un empleado (la noticia no aclara su rango), aunque, desde luego, nada silenciosa. Los vecinos la habían denunciado ante la Policía Municipal porque las hormigoneras trabajan día y noche sin respetar las horas de sueño. Los madrileños, por cierto, también morimos mucho de eso. Nos mata en este caso, con total impunidad, nuestro excelentísimo Ayuntamiento. A los desdichados drogatas de La Celsa, La Rosilla, La Quinta y otros focos y zocos de venta de heroína con menos relumbrón periodístico los mata desde el Medio Oriente, sin mojarse, un canalla apodado El Paralítico. Cierto día decide arriesgar un poquillo y, convencido de su impunidad, viene a Madrid. No para cometer él mismo delito alguno, que para eso ya estaba la plebe de su organización, sino para intimidar a unos deudores: parece que su mera presencia aterrorizaba a los socios, y con razón. Se paseaba por Madrid (o le paseaban sus secuaces) sin disfraz ni disimulo. Pero por aquellos días, casualmente, se aprehendió un alijo de heroína en el kilómetro 24 de la carretera de Burgos. Detuvieron a su hermano, a sus matones y, por fin, a él. El fiscal pidió una pena de 23 años, pero a los cuatro, mediante pago de una fianza de 25 millones de pesetas, le dejaron en libertad. Por lo que leo, estaba encarcelado como preventivo, pero El Paralítico no era un burgués de los que espera dócilmente su juicio. Se largó, e hizo bien. La justicia española, no. En Madrid, nuestro querido foro, te matan también porque sí. Eres un honrado trabajador que espera el autobús de madrugada, y te asesinan con inenarrable sadismo dos muchachuelos que juegan al rol. Eres un pobre chaval que espera un taxi, un coche lanzado está a punto de arrollarte, protestas, baja un energúmeno cuchillo en ristre y acaba con tu vida... De Madrid al R.I.P., casi ná.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.