Saramago

Siempre he pensado que el Premio Nobel rompía el principio de Arquímedes: desaloja mucho más de lo que pesa. Esto le sucede también a muchos escritores, artistas y políticos. Su volumen social aumenta a medida que su propia densidad interior disminuye. A veces este caso llega hasta el prodigio. He visto autores que en mitad de una conferencia se iban convirtiendo paulatinamente en un globo que se desprendía del sillón, se elevaba por encima de la mesa y al llegar al techo quedaba pegado, disputándole la luz a la lámpara, y desde allí seguía hablando sobre las cabezas de un público forzado a mirar a las alturas donde sólo había una vejiga de pato. Otras veces el principio de Arquímedes se quiebra al revés. Hay autores, artistas y políticos que pesan mucho más de lo que socialmente desplazan. Uno de estos personajes es Saramago, el hombre de Lanzarote, el portugués que habita entre la lava. Cuando un rayo cae muy cerca, el trueno y la luz casi se superponen. Así he recibido la noticia del Premio Nobel a este admirable escritor. Uno se siente tan cercano que es como si esa centella de gloria hubiera caído en el patio de atrás, donde uno leía deslumbrado su Ensayo de la ceguera. No tengo mucha simpatía por la institución del Nobel porque su detonación es demasiado expansiva, ruidosa y triunfal, como se corresponde al inventor de la dinamita, y no se aviene con la estética de la soledad, que es el alimento del verdadero creador. Por otra parte, el Nobel de Literatura se ha establecido como la cima definitiva de un escritor y da la sensación de que si alguien no lo obtiene es que se ha quedado en el camino sin fuelle para llegar a la meta. El siglo XX ha dado tres genios absolutos, Kafka, Proust y Joyce, que han revolucionado la literatura. Ninguno de ellos ha recibido ese galardón. Se lo dieron a Churchill. A partir de este hecho, cada año se establece una apuesta: no tanto a qué ignoto literato se lo darán como si será digno de que lo leamos. Este año el Nobel ha tenido suerte. Saramago está por encima del premio. Es un escritor vertical. Por lo demás, es bien sabido que una persona sabia se recupera enseguida de un fracaso y que un idiota no se recupera nunca de un éxito. Como Saramago es un sabio, sin duda soportará la gloria con escepticismo y, después de dar las gracias como un caballero portugués, seguirá escribiendo obras maestras desde la soledad de la lava.
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