_
_
_
_
_
Reportaje:

700 holandeses han enfermado tras la caída de un avión con gas sarín

El aparato israelí, siniestrado en 1992, llevaba un compuesto para fabricar armas químicas

Al atardecer del 4 de octubre de 1992, Kelly Sullivan, un emigrante de las colonias caribeñas de Holanda, estaba jugando al baloncesto en el Bijlmer, un barrio a las afueras de Amsterdam. "Primero un ruido tremendo y luego vino el infierno: fuego, humo, gritos y muchos muertos", recuerda este joven de 31 años. A unos cientos de metros, un Boeing 747 israelí de carga se había precipitado contra el suelo, atravesando por la mitad un enorme edificio.

Más información
Israel compró a Solvay en EEUU la carga mortal

Luego vino un espectacular incendio, que terminó de fundir lo que con el impacto no se había desintegrado. Se contaron 43 cadáveres, entre ellos los cuatro tripulantes del avión (israelíes).La vida de Sullivan tiene un antes y un después, y es que antes era un joven activo, deportista, animado y completamente sano. Ahora es un enfermo crónico que ha visitado decenas de hospitales, sin que nadie pueda diagnosticar la enfermedad que le aqueja. "Poco después del accidente se me empezó a caer el pelo y me quedé completamente calvo", cuenta. Kelly siente además un cansancio continuo, problemas de concentración, dolor en los huesos, dificultades de respiración y a ratos se encuentra mareado.

Los síntomas que describe son muy parecidos a los que sufren cientos de personas que vivían en la zona del siniestro o que fueron en las horas inmediatas a ayudar en el rescate. Bomberos, policías, voluntarios y personal sanitario de las ambulancias que allí acudieron, además de numerosos vecinos de esta barriada de inmigrantes están hoy enfermos de males que abarcan desde graves dolores de cabeza hasta cáncer o leucemia. Al principio las autoridades se resistieron a relacionar las enfermedades con el accidente, pero como las reclamaciones aumentaban, el Ministerio de Sanidad decidió en mayo de este año encargar al Hospital Universitario AMC, que hiciera recuento de las quejas. Los primeros resultados son preocupantes: cerca de 700 personas sufren problemas de salud. No oficialmente, se cuentan varios muertos.

La inquietud de todos los enfermos ha aumentado en los últimos días después de que un diario del país revelara que el avión transportaba 240 kilos de dimentil metilfosfato, un producto químico utilizado en la fabricación del mortal gas sarín.

La carga que transportaba el avión militar de la compañía El Al es uno de los puntos más oscuros que aún tiene esta historia. Poco después de la tragedia, las autoridades aseguraron que el avión transportaba flores, papel, perfumes y objetos de regalo. Luego reconocieron que además había material militar, munición y piezas para la fabricación de armas y misiles. Aún faltan los papeles de más de 20.000 kilogramos de la carga, que Israel se niega a facilitar, a pesar de las repetidas solicitudes.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

"Sólo queremos saber la verdad de lo que transportaba", pide desesperadamente Henk Prijt, un vecino del Bijlmer, de 49 años. Vivía y aún vive en el edificio situado justo detrás del siniestrado, y hasta hace poco más de un año ni siquiera podía hablar de lo que ocurrió "aquel día". Ahora, poco a poco, él, su mujer y sus dos hijos lo han ido asimilando,pero aprender a tragar el dolor psíquico no les ayuda en sus enfermedades. La familia al completo sufre problemas cuyo origen no ha detectado ningún médico: alteración del sueño, dolores por todo el cuerpo, eccemas en la piel y muchos problemas respiratorios.

Después de decenas de idas y venidas los Prijt decidieron participar en las investigaciones realizadas por la asociación Visie, uno de los grupos que está defendiendo los derechos de los afectados. Las muestras que les tomaron y que fueron analizadas en Suecia revelaron cantidades alarmantes de bario, plata, oro, cobre, plomo, litio o sodio. La misma asociación envió a otros dos laboratorios en Canadá y Amsterdam muestras de polvo encontrado en el hangar 8, el lugar donde se llevaron en un primer momento los restos del avión. Junto a una alta concentración de uranio -utilizado en la fabricación del aparato- las investigaciones revelaron otras sustancias químicas cuya identificación requiere análisis más avanzados. "Sólo sabiendo el contenido de la carga se puede establecer la relación con las enfermedades", dice Johannes Jonge, secretario de la asociación, convencido de que también los casos de cáncer y leucemia tienen su origen en el siniestro. Igualmente lo cree la mujer de Gerrit, un bombero voluntario que participó durante más de cinco días en las labores de rescate. Ella habla por él, porque a Gerrit el cáncer de ganglios linfáticos le ha carcomido poco a poco las fuerzas. Pero ni las duras sesiones de quimioterapia han logrado minarle la esperanza de saber algún día "qué cuernos transportaba la nave".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_