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Tribuna
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La lengua denostada

Vasconia posee una lengua que sigue bien viva, desmintiendo a los numerosos profetas que han anunciado su defunción y desafiando a cuantos comparatistas -profesionales y aficionados- le han buscado parientes. Como en aquel chiste sobre la cuna del descubridor de América, en que aparecía el letrero "La única ciudad que no pretende ser la patria de Colón", quizá sea posible encontrar en el mundo alguna lengua que no haya sido relacionada con el vascuence. Nombre éste procedente de un adverbio latino, uasconice, "a la manera vasc(on)a", para designar lo que en este idioma, en su forma culta, se dice euskara. En el diccionario académico de la lengua en que ahora escribo figura, junto a vascuence, la forma eusquera o euskera, usada en la parte occidental del País Vasco y de mucho menor peso. Dicen que eusquera entró en el Diccionario de la Real Academia Española a propuesta del bilbaíno Luis de Castresana. No he podido cerciorarme de ello.Y esta lengua, lamentablemente, no deja de aparecer envuelta en polémicas, como, por ejemplo, en un reciente artículo de Jon Juaristi titulado La lengua secuestrada (EL PAÍS, 8 de septiembre). Como callar puede ser interpretado como asentimiento, quisiera hacer llegar al lector estas reflexiones, dejando a un lado algún aspecto, como la mención de Luis María Mujika, quien entretanto ha respondido en una carta al director.

Jon Juaristi nos dice que el franquismo no fue tan malo para la lengua vasca, la cual "ha tenido peor fortuna con sus defensores que con sus enemigos". Y hacia el final del artículo topamos con esto: "¿Prohibió el franquismo el uso del eusquera? No, aunque impidió su empleo en la Administración y en la enseñanza pública". Asombrosas afirmaciones de un autor poco amigo de matizar, sobre todo si se trata de estas materias.

Y matizar es, ante todo, precisar de qué franquismo hablamos. ¿Del de 1936? ¿Del de 1950? ¿Del de 1975? Porque, si se trata del primero, hay que recordar algunas cosas. Por ejemplo, aquí, en Vitoria, en 1936, los franquistas echaron literalmente a patadas al obispo Mateo Múgica, a quien no perdonaban haber dado a la lengua vasca el lugar que le correspondía. Quizá un día la Iglesia nos sorprenderá rehabilitando a aquel noble prelado, que hasta su muerte, en 1968, no tendría ya cargo alguno. Igual suerte corrió el vicerrector del seminario, el antropólogo José Miguel Barandiarán, quien, al preguntar, en los primeros días de la guerra, por lo que debía hacer, recibió de las autoridades eclesiásticas esta contestación: "Ya le llamaremos". Nunca le llamaron. Tenía que cumplirse lo que un capitán gritó al cura del pueblo alavés de Nafarrate, como primer plato del interrogatorio: "¡En adelante, aquí ninguna otra lengua tiene derecho para hablar, fuera del castellano!". A los revisionistas del franquismo y a la curia romana hay que recordarles también que algunos curas vascófilos fueron fusilados por los cruzados, entre ellos Martín Lekuona, que había sido párroco de Musitu, en la Montaña alavesa. Éstas y otras cosas están contadas en mi libro Lo que hay que saber sobre la lengua vasca en Álava, si se me permite la autocita.

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Evidentemente, la prohibición llegaba hasta donde podía, aunque los vencedores de la guerra dejaron bien claro que aquélla era una situación transitoria, hasta la aniquilación del idioma Y había censura para los libros y revistas, como también para otras actividades. En la historia del disparate administrativo merece un lugar especial la anécdota de aquel gobernador de Vizcaya que exigía la traducción de 1os textos que iban a cantar e1 domingo siguiente unos bertsolaris (improvisadores). Por favor, que no se maquille aquel periodo de nuestro pasado reciente, en el que, efectivamente, cuando empezó a abrirse la mano, se publicaron no pocas obras de la literatura vasca, y, bajo el amparo de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País y la iniciativa de personas como José Miguel de Azaola, surgió la mejor revista literaria, Egan, en 1948, al principio bilingüe y luego enteramente vascófona.

Desde luego, sería ingenuo no mirar un poco más atrás, pues la historia registra una y otra vez la negación de los derechos de 1a lengua (frecuentemente con la ayuda de gentes del país), negación unida a la de los derechos de un pueblo que siempre tuvo claro su sentido de soberanía pactada, meollo de los fueros. Decía Mitxelena que en materia universitaria podríamos los vascos pedir se nos paguen los intereses. Y es que, ¡oh casualidad!, cuando la reforma universitaria de Claudio Moyano, en 1857, no se asignó una sola cabecera de distrito a Euskal Herria. Es verdad que hay graves culpas propias: unos años después, en 1866, cayó en saco roto el llamamiento de la Diputación de Navarra a las diputaciones hermanas para la creación de una Universidad común, y la Universidad libre de Vitoria, de 1872, tuvo una vida efímera. Otra tentativa, la de la Universidad de Bilbao, surgida en octubre de 1936, no prosperó por las razones conocidas. El curso concluyó con la victoria militar del carlo-fascismo, como decía la revista Euzko-Deya, que se publicaba en París y que puede leerse en facsímile. Cabe imaginarse el rumbo, muy otro, que habrían tomado la cultura, la educación y la lengua vasca de haberse conseguido una universidad pública en 1857 y no haber tenido que esperar hasta 1977 (y 1987 por lo que toca a Navarra). Entretanto, el país se tuvo que conformar con la creación, por las cuatro diputaciones, de la Sociedad de Estudios Vascos y de la Academia de la Lengua Vasca. ¿Hace falta decir que ambas instituciones sufrieron el azote inmisericorde de los franquistas?

Lo de los intereses también se podría aplicar a la cifra de millones que cita Juaristi, para él injustificadamente empleados en la política de recuperación del euskara. Yo no pertenezco a Gobierno alguno, y no es éste el momento de analizar éstas o aquellas medidas. Pero está claro, en especial para quien quiere ver, un par de cosas: 1.Esas cifras no serían tan elevadas si la lengua no hubiera sido machacada sin piedad. 2.¿Es que el sostenimiento y promoción del castellano es gratis? ¿No cuesta nada la enseñanza en castellano, ni la administración en esa lengua, ni las radios y televisiones públicas, etcétera?

Juaristi menciona también un asunto de actualidad: la recomendación académica sobre Ibaizabal / Nervión, en que ha terciado asimismo Patxo Unzueta, echando mano de Miguel de Unamuno, Blas de Otero y Gabriel Aresti (!). Pero el lector debe saber que la Academia de la Lengua Vasca, en su recomendación, no ha dicho en absoluto que se destierre Nervión, sino que Ibaizabal, junto con Ría de Bilbao, es el nombre preferible, por razones históricas y por su empleo actual, para designar el trozo que va desde Basauri hasta el mar. Y ya que ha salido a colación Unamuno, hay que decir que éste tradujo el estudio Los vascos, de Wilhelm von Humboldt. Pues bien, el alemán, que se molestaba en informarse en un grado superior a otros contemporáneos nuestros, habla de "las encantadoras márgenes del Ibaizabal", y añade en nota a pie de página: "Lleva este nombre sólo desde su unión con el Nervión". Exactamente el uso todavía vivo hoy. Visto lo visto, es preciso decir también que el uso es independiente de la ideología. Y añadiré que en el poema que empieza Hoy te gocé, Bilbao, Unamuno dice: "...Por la mañana/ topé con un paisano,/ como yo, por su dicha, un hijo tuyo./ En sus ojos la luz del Ibaizabal" (por cierto, sin tilde). A lo mejor resulta que la edición que tengo a mano, la de Austral, fue pérfidamente interpolada por alguna célula clandestina abertzale.

Juaristi cita igualmente los boletines oficiales, cuyo texto vasco dice eludir. Pero si comparamos un ejemplar de hoy con uno de hace veinte años (¡y no digamos con los de 1936!), resulta que una persona instruida en la lengua vasca es capaz de comprender esos textos, sencillamente porque: a)la lengua se ha adaptado y modernizado, y b)nosotros hemos mejorado en el conocimiento del idioma, aprendiendo, a menudo sin darnos cuenta, una cantidad enorme de palabras y giros.

Mal servicio se hace a la lengua vasca levantándola como bandera de credos políticos (no pocas veces, por cierto, con una inmensa inconsecuencia e hipocresía), e inventando un pasado irreal. Pero tampoco es lícito denostarla por el empleo partidista (¿alguien ha creído razonable prescindir de determinadas lenguas por la existencia de las huestes de Millán Astray, Stalin o Goebbels?). No renunciaremos a su dignificación y a su extensión geográfica y social, con los mismos derechos que las otras lenguas oficiales, que nos son tan necesarias. Y, como señalaba recientemente Gimferrer respecto a Cataluña, no olvidemos la actual asimetría; en nuestro caso, todos los vascófonos saben castellano o francés, mientras que la inversa no es así.

Henrike Knörr es catedrático de Filología Vasca (Universidad del País Vasco) y vicepresidente de la Real Academia de la Lengua Vasca / Euskaltzaindia.

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