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Exteriores pierde peso en los Presupuestos pese a su mayor presencia en el mundo

Si el creciente peso exterior de España es un lugar común en el discurso de los presidentes del Gobierno, la falta de medios con que se desenvuelve el Ministerio de Asuntos Exteriores es la queja más corriente de un servicio diplomático que ha visto multiplicarse sus misiones sin que crezcan sus recursos. Según cifras oficiales, si se deducen las cuotas satisfechas a organismos internacionales, la participación de Exteriores en los Presupuestos del Estado ha pasado del 0,46% en 1989 al 0,39% en 1998.

Aunque las comparaciones son odiosas, España, en términos absolutos, se gasta anualmente con su despliegue militar en Bosnia 30.000 millones de pesetas, más del doble que en el funcionamiento del ministerio y de las embajadas y los consulados, cuyo gasto corriente se ha calculado en 12.810 millones para 1999.

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140.000 millones de pesetas

La imagen más o menos frívola del diplomático con una copa en la mano, alternando en una recepción, irrita en un servicio exterior deseoso de enseñar las cuentas de sus gastos de protocolo: las 106 embajadas y 89 consulados generales cuentan en total con 453 millones para gastos de representación, a los que hay que añadir poco más de 300 para la celebración de las fiestas nacionales. Frente a esa cantidad, que ha conocido un incremento notable en el último presupuesto, los diplomáticos subrayan las dificultades que existen para abrir una nueva embajada o un consulado, lo que se hace casi siempre a costa de cerrar otros.

Tímida expansión

Sólo el cambio en la geografía política originado por el derrumbamiento de la antigua URSS ha dado lugar al nacimiento de 15 nuevos Estados, en la mayoría de los cuales sigue sin haber embajada pese a la importancia estratégica, por ejemplo, de una región como la de Asia Central, que, junto a la del mar Negro, tiene la clave de la energía petrolífera en las próximas décadas. Exteriores la ha abierto en Ucrania, ha decidido hacerlo en breve en Almati (Kazajstán) y estudia abrir otra en Bakú. Pero sigue sin representación en los países bálticos, aunque ha completado, con dificultades, la presencia en los nuevos Estados nacidos de la disolución de Yugoslavia -Eslovenia, Croacia y Bosnia- y en Eslovaquia, nacida de su secesión de la República Checa. A la próxima apertura de un consulado general en Shangai se han sumado dos nuevas embajadas en Asia -Vietnam y Malaisia- con el mínimo de efectivos. Esa tímida expansión se ha visto compensada con el cierre de consulados en Amberes y Lieja. Los próximos que cerrarán sus puertas serán los de Lille, en Francia, y Elvas, en Portugal.Para muchos diplomáticos es difícil de explicar que entre 1976, con una España marginada, y 1998, en pleno protagonismo internacional, se haya pasado de 536 diplomáticos a 750, un incremento que se reduce si se tiene en cuenta que hay más de 60 destinados en organismos internacionales o en otros cargos de la Administración. En el extranjero hay 450 y el resto, unos 250, trabajan en Madrid. Las cifras son aún más espectaculares si se comparan los 5.171 efectivos totales de 1985, en vísperas del ingreso en la Comunidad Europea, con los 5.410 que estaban en nómina en 1998, después de él. La desproporción entre las obligaciones de ayer y hoy en comparación con el escaso aumento del personal es otro de los argumentos para justificar la poca atención que merece Exteriores en los Presupuestos.

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La promoción y la difusión de la cultura en el extranjero, capítulo en el que están incluidas las becas, no sobrepasa los 6.500 millones anuales. A ello hay que sumar el esfuerzo del Instituto Cervantes, que, con 37 centros en el exterior, maneja un presupuesto que no llega a los 6.000 millones.

El creciente declive del peso de Exteriores en los Presupuestos no se corresponde tampoco con la presencia española en la cooperación internacional, que se ha multiplicado en 18 años. En 1980, la ayuda oficial al desarrollo no llegaba a los 12.000 millones mientras que en 1998 ascenderá a los 215.000.

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