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La lúcida memoria de Manuel Azcárate analiza la hecatombe comunista y su propio desencanto

Amigos y compañeros presentan el último libro del escritor, fallecido en agosto pasado

Es la historia de una decepción, el relato de un desencanto privado visto con ironía y lucidez, con la calma del que sabe cerca la muerte. Manuel Azcárate dedicó sus últimos días a narrar su visión de la hecatombe comunista, la transición española, Mayo del 68 y el eurocomunismo. Y ayer se presentó en Madrid el segundo tomo de memorias, Luchas y transciciones, subtitulado Memorias de un viaje por el ocaso del comunismo (EL PAÍS-Aguilar). Carmen Azcárate, hija del autor; Javier Pradera, Julio Segura y Cayetano López subrayaron el valor humano y político del libro.

"Yo no he vivido decepción, he vivido lucidez", dijo Carmen Azcárate en el Círculo de Bellas Artes. "Mi padre no era triste, sino irónico y lúcido. Y no sólo vivió una vida muy plena, sino que la contó. Eso es fantástico. El día que Julio Segura trajo a casa las galeradas de este libro tuvo su última alegría intelectual, fue un día memorable para los que estábamos cerca de él". Azcárate retoma la historia dejada en Derrotas y esperanzas, (primer volumen de sus memorias, publicado en Tusquets) con su llegada a la Unión Soviética en 1955. El dirigente del PCE viaja a Moscú para participar en la redacción de una historia oficial del partido. Su talante parece optimista, casi el de un militante convencido de que la URSS es el soñado paraíso del proletariado. Pero llega al aeropuerto y empiezan las dudas. Nadie le espera, y Jesús Sáez, número dos del partido, tarda dos horas en llegar porque tiene que "pedir un coche al garaje del PCUS". Azcárate dispone de un alojamiento en una dacha, pero insiste en ir a ver la Plaza Roja, aunque son las cinco de la madrugada y hace un frío terrible. "Estoy profundamente emocionado", escribe, "me encuentro en el lugar con el que he soñado muchos, muchos años. Y el espectáculo físico no me decepciona".A partir de ahí, será otra cosa. Su mujer, Ester, y su hijo Pablo empiezan a conocer de cerca la tremenda realidad de la calle, y a abrirle los ojos. Las penurias de todo tipo, la vigilancia policial entre vecinos, las prebendas de los miembros del PCUS... Él mismo pasa vergüenza por disfrutar de los mismos privilegios que la élite -alimentos, viajes, descuentos, coches, dachas...-. Pasa cuatro años en el hielo, y en su cabeza toma forma "una realidad más de Dostoievski que del socialismo triunfante". Surge, inexorable, el desencanto: "Mi decepción no está motivada por un hecho concreto, es algo diario, lento, de repudio de una sociedad en el seno de la cual estoy viviendo, y en la cual no veo las señales de progresos humanos, de libertad, de igualdad, que han determinado mi opción comunista cuando tenía 18 años".

Javier Pradera destaca la rara capacidad de Azcárate para "mezclar recuerdos y vivencias personales de gran fuerza emocional con momentos de mucho vuelo teórico, de alta reflexión". Julio Segura, otro compañero de viaje, resalta su distanciamiento crítico, de intelectual comprometido y laico. Cayetano López subraya una "honradez hecha de principios y contradicciones".

Todo eso queda claro en el resto del libro, donde Azcárate va recuperando con su prosa serena y su sabia ironía numerosos momentos cruciales, de los que fue, más que testigo, "actor". Desde sus viajes como diplomático del PCE (la China de Mao y la posterior; el París del 68, la Cuba de Fidel, la Italia de Berlinguer...) hasta su regreso a la España posfranquista. Entonces sucede uno de los episodios más emotivos del libro, a juicio de todos: su reinserción laboral en EL PAÍS, tras ser expulsado del PCE en 1981. Pradera y Carmen Azcárate lo explicaron así: "Sólo un hombre de una enorme entereza moral y dignidad puede cambiar de trabajo con ese entusiasmo juvenil a los sesenta y tantos años".

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