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Tribuna
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Con el pie cambiado

Cuando en el discurso político triunfa una determinada expresión, solemos verla repetida hasta el agobio durante una buena temporada, y ese es el caso de la que hoy me sirve de título. He de reconocer que yo debo de ser también de aquellos a los que la tregua les pilló con el pie cambiado. No me hubiera cogido de sorpresa una tregua de plazo limitado -es más, la esperaba-, pero, si he de ser sincero, el carácter indefinido, unilateral e incondicional del alto el fuego de ETA lo podía soñar, pero no lo esperaba en absoluto. Me resultó tan sorprendente, que verter mi opinión me parece en estos momentos algo muy próximo al juego del acertijo. Hoy, por ejemplo, estoy convencido de que esta tregua va en serio y de que además es irreversible. Pero no puedo evitar una cierta aprensión al dar mi opinión, pues igual resulta que vuelvo a estar con el pie cambiado. Esta sensación de incertidumbre la debo de compartir, sospecho, con otros muchos ciudadanos de a pie que han seguido con atención los últimos acontecimientos. Es evidente que algo pasaba, algo ha pasado y algo debe de estar pasando, pero los vasquitos comunes no vemos con excesiva claridad lo que debiera ocurrir no digo ya, pero sí dentro de unos plazos no demasiado largos. Lo ocurrido nos suena a milagro, y lo que vaya a ocurrir también, dado el silencio, el desconcierto, o la falta de criterio de quienes alguna idea debieran tener al respecto. Sobre lo ocurrido y sus causas se han vertido ya opiniones para todos los gustos. Hay, sin embargo, pormenores que todavía quedan por explicar. Por ejemplo, por qué se ha dado un paso de tanta trascendencia ahora. Las elecciones no son elemento suficiente para explicarlo. ETA ponía en juego demasiado -y me atengo a discurso de años- como para someterlo al balance de un mayor o menor deterioro electoral de su brazo político. Podríamos suponer que tregua y elecciones formaran parte de una estrategia de mayor alcance, como la explicitada en el comunicado que declaraba el alto el fuego. Me explico: golpe psicológico provocado por la tregua, que predispondría al electorado hacia los partidos nacionalistas, y constitución posterior de una mayoría sólida de fuerzas nacionalistas coaligadas, con unos objetivos comunes que incluirían la modificación del actual marco político. La declaración de Lizarra, y la de Barcelona, formarían parte de ese paquete estratégico que tuvo su primer anuncio en el gernikazo. Tratando de explicarnos lo ocurrido, hemos entrado de lleno en lo que pueda ocurrir. Sin embargo, los pronunciamientos de los políticos siguen siendo confusos, mucho más de lo que pudiera esperarse. No queda claro, por ejemplo, quién ni en qué marco haya de tomar la iniciativa. Puede ser oportuno que la tome el Gobierno, pero quien declara la tregua, ETA, emplaza a las fuerzas nacionalistas a que sean ellas quienes lo hagan, es decir, las constituye en la otra parte del litigio. Tampoco constatamos, sin embargo, iniciativa alguna desde esa parte, y así vemos que se vuelve a invocar ahora el punto 10 del Acuerdo de Ajuria Enea, invocación que se debe de hacer con efectos retroactivos -puesto que fue contravenido hace meses- y sin intención ninguna además de convocar la Mesa. Lizarra y Ajuria Enea no parecen fácilmente conciliables, y si el mantenimiento de la segunda podría haber fijado ahora mismo pautas de actuación, la irrupción de la segunda introduce un escenario nuevo cuya operatividad es, al menos de momento, confusa. Se impone así una especie de tierra de nadie y el guión irlandés parece chocar con el tope de realidad con el que más tarde o más temprano tendría que encontrarse. En esta situación, las palabras del lehendakari Ardanza nos parecen razonables: posposición de cualquier acuerdo político hasta dentro de un par de años y adopción, entre tanto, de medidas penitenciarias progresivas. Nos parecen adecuadas porque tienden a disociar el logro de la paz de las soluciones políticas a nuestros problemas. Convendría explorar esa vía y tratar de fijar marcos, procedimientos y plazos para llevarla a cabo. En el vacío presente, los ciudadanos necesitamos ya vislumbrar un horizonte que ponga fin a esta pesadilla. Definitivamente.

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