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Reportaje:EXCURSIONES: CUERDA DE LAS MILANERAS

Camino de cabras

El recuerdo de los pastores perdura en los vericuetos de esta cresta que se alza en La Pedriza más profunda

Algún día, cómo no, teníamos que acordarnos del oficio más duro y sabio del mundo. "Los cabreros, con abarcas, zahones, chaquetón de paño de Santa María de Nieva (que no lo atravesaba una perdigonada), sombrero con aro de madera, su garrota, haciendo media o labrando el cuerno...", escribía un montañero en 1933, "sabían cuándo iba a llover, conocían las plantas medicinales, la hora por el sol y las estrellas, romances y viejas consejas". Eran, además, diestros pellejeros, virtuosos de la honda y la ocarina, arquitectos de chozos y majadas, peritos en caminos y soledades.Cabreros fueron los que, a caballo entre los siglos XIX y XX, guiaron a geólogos y excursionistas por el laberinto granítico de la Pedriza, cuyo descubrimiento se apuntaron luego otros. Cabrero era el Mierlo, famoso porque, habiendo rescatado en aquellas calendas a una rica madrileña que andaba errante tras sufrir la rapiña de unos bandidos pedriceros, rehusó la recompensa que le hubiera permitido vivir como un duque en la capital y -según precisó Ricardo Laforest en 1919- "volvió a su chozo tornando a su antigua vestimenta, consistente en un sayal atado a los riñones con una tomiza". Cabreros eran, en fin, los oscuros héroes que, en las noches de lobos y bandoleros, se tragaban su miedo con negro pan de centeno, cereal que se daba silvestre al mediodía del Cancho Centeno.

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Larga, dura y a secas

Peñasco de resonancias pastoriles, al cobijo del cual se instalaban los viejos cabreros con su can, su trébede y su manta de Bernardos, el Cancho Centeno es la cota cimera (1.909 metros) de la cuerda de las Milaneras, cresta erizada de picachos que constituye el ramal occidental del circo de la Pedriza posterior, que a su vez es el sector más elevado del macizo y el más alejado de Manzanares el Real. Alto, anfractuoso, remoto... Añádase a esta excitante lista de adjetivos otro de origen más reciente: selvático -por la maraña de pinos resineros y silvestres que aquí se plantaron a destajo en los años cincuenta, cuanto más juntos mejor-, y se comprenderá cuán duro resulta acceder a las Milaneras, salvando casi mil metros de desnivel, trepando por llambrias y quebradas, culebreando a tre-chos por el enfadoso pinar... Tan duro que, de no ser por la senda Termes -nítidamente señalizada con trazos de pintura blanca y amarilla-, hoy no subiría ni el Mierlo. Sólo, en tal caso, las cabras monteses, que muestran gran querencia hacia estas breñas solitarias.

Para no desfallecer, vamos a dividir la ascensión en cuatro etapas de una hora, incluidos sendos respiros. En la primera, cruzaremos el Manzanares por el puente que hay a levante del aparcamiento de Canto Cochino y seguiremos las señales hacia el norte, monte arriba, hasta llegar al collado del Cabrón -orónimo muy pastoril, como se ve-. La segunda nos va a llevar, salvando el empinado gollizo que se abre entre los riscos del Pajarito y la Campana, hasta el amplio collado de la Romera. Tercera: dando un rodeo por el pinar de la derecha, atacaremos por el sur las Milaneras y nos plantaremos, tras ardua trepa, ante el monolito de Tres Cestos, ya en plena cuerda. Y, por último, cambiaremos de vertiente para, en suave ascenso, ganar el collado del Miradero, entre el Cancho Centeno y las soberbias Torres (2.033 metros), punto éste en el que entronca la Pedriza con Cuerda Larga a través del alto de Matasanos, y en el que -como su nombre promete- se goza una vista de escándalo.

Por la vaguada del arroyo de los Pollos, al sur del collado del Miradero, baja zigzagueando otra senda -también señalizada en blanco y amarillo- hasta la confluencia con el arroyo de la Majadilla, a dos pasos de Canto Cochino. La bajada es tan grata que no la vamos a estropear recordando cómo acabó sus días el Mierlo, asesinado por bandoleros en el collado de Valdehalcones. Claro que, casi peor les va a los pocos cabreros que aún quedan en la sierra -dos de ellos, en Manzana-res-, muriéndose de asco a falta de mejor muerte.

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