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Urgencias

En el arranque del nuevo curso musical se impone una mirada-recordatorio escurridiza. La vida musical encierra una riqueza no forzosamente limitada a los momentos álgidos de una temporada de conciertos. La vida musical vive inmersa en la sociedad que la acoge y en la correspondencia que tenga con ella radica una parte importante de su salud. Las urgencias de la música son más sociológicas que sonoras, más dialogantes que virtuosistas.Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el mundo musical deriva del desencuentro con un numeroso sector de la juventud. Es algo que también experimentan otros campos de la cultura -la lectura, especialmente-, pero en la música creativa los mecanismos de sustitución y sublimación por músicas de corte más ligero dan al problema connotaciones específicas y signos de un inquietante estancamiento.

Las salidas del desencuentro no son inmediatas. Tres urgencias, sobradamente conocidas, reclaman atención prioritaria: la extensión e intensificación de la educación musical general, bien a través de las Escuelas de Música o bien en la convivencia cotidiana con el arte de los sonidos en los planes de estudio elementales; la creación de grupos de música contemporánea de primerísima calidad capaces de impulsar a través de la interpretación un clima de fascinación que favorezca la difusión y el disfrute; el enfoque de la ópera como lugar de encuentro artístico y como experiencia cultural total en que se complementen estímulos sonoros, visuales, plásticos y lingüísticos a través de una estética con sensiblidad de nuestro tiempo.

Nada de esto es nuevo. La pólvora está inventada hace mucho tiempo, pero ante la olvidadiza fragilidad de la memoria hay que volver a insistir. Las Escuelas de Música en Centroeuropa o en los países nórdicos han generado unas realidades musicales mucho más activas. Grupos contemporáneos como el Ensemble Moderne de Francfort, Klangforum de Viena, Cuarteto Arditti o el Ensemble InterContemporain de París han creado un buen número de incondicionales de la música actual al mostrarla en toda su brillantez y complejidad. Depende también de la actitud comunicadora de los compositores, claro, pero los Kyburz, Saariaho, Tan Dun, Gubaidulina o José Luis Turina, por ejemplo, están haciendo la música culta cada día más asequible sin perder un ápice de rigor.

Lo de la ópera como espectáculo simbólico de este tiempo está más enredado, porque conviven modelos muy diferentes. En algunos lugares buscan la democratización, proyectos pegados a percepciones actuales; en otros mantienen el elitismo conservador como bandera. ¿Una modalidad cultural de la lucha de clases? Pues sí, en cierta medida. Lo que parece fuera de dudas es que si la ópera quiere atraer a los sectores más jóvenes y dinámicos de la sociedad tiene que quitarse de encima su lado más polvoriento. De lo contrario desemboca en un espectáculo mortecino. Los fantasmas de la ópera posible recorren hoy muchos teatros y se manifiestan en un desplazamiento del repertorio hacia títulos del siglo XX, en desafíos creativos con aportaciones de otros campos del pensamiento, en políticas de precios no prohibitivas.

Estos aspectos de la educación musical, la música contemporánea o la ópera sin caspa no son las únicas urgencias de la música, desde luego, pero ahí están en nuestra sociedad con los relojes atrasados. Ponerlos en hora no es, evidentemente, imposible. Requiere un poquito de esfuerzo, voluntad de ponerlos, y una miajita de sal y pimienta imaginativas. Lo recuerdo, ahora, a principios de temporada, sin fatalismos, con el deseo de que la mirada-recordatorio al llegar el verano ofrezca un paisaje menos escurridizo.

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