_
_
_
_
EL 'CASO LEWINSKY'

Un odio mutuo y profundo

La animadversión entre Clinton y Starr ha llevado a ambos a cometer excesos que han dañado su reputación

El 3 de agosto, en la Sala de los Mapas de la Casa Blanca, el presidente Bill Clinton se subió la manga de la camisa en presencia de un agente del FBI y un miembro de la oficina del fiscal independiente encargado del caso Whitewater, Kenneth Starr. La médica de la Casa Blanca, doctora Connie Mariano, sacó una muestra de sangre al presidente.Un amigo de Clinton asegura que éste consideró esta medida como la indignidad final en un año de humillaciones públicas. Poco después, Starr comparaba el ADN del presidente con la mancha de semen existente en un vestido de color azul marino, con el fin de probar que Bill Clinton había realizado algún tipo de actividad sexual con Monica Lewinsky. Siete meses de mentiras del presidente estaban a punto de quedar al descubierto. "Cuando le sacaron sangre del brazo -relataba ese amigo la semana pasada- fue cuando se dio verdaderamente cuenta".

Aquel instante en la Sala de Mapas fue la culminación de años de animosidad y resentimiento personales entre Clinton y Starr. Personas relacionadas con ambos afirman que su odio -y aseguran que odio no es una palabra demasiado fuerte- les ha nublado en repetidas ocasiones el juicio y ha llevado a ambos a cometer excesos que han dañado su reputación para siempre.

Cuando los investigadores supieron de Lewinsky, Kenneth Starr llevaba 41 meses investigando una serie de asuntos que se conocen como el caso Whitewater. Aunque esos asuntos no aparecen en el informe para el impeachment que Starr presentó al Congreso, tanto él como sus fiscales habían llegado a la conclusión de que los Clinton y sus abogados habían intentado hacer fracasar la investigación sobre Whitewater mediante recusaciones y una agresiva estrategia de relaciones públicas en contra de Starr.

Clinton, por su parte, ha reconocido que su indignación con Starr ha influido en sus reacciones, incluyendo su negativa inicial y el discurso del 17 de agosto en el que admitió una relación impropia con Lewinsky. Un discurso que sus asesores consideran, visto desde ahora, como una gran metedura de pata. Dicho discurso y la aparición previa ante el gran jurado hicieron que Starr incluyera más detalles mordaces en el informe que presentó al Congreso.

Es tan intensa la obsesión de Clinton con Starr que incluso ha llegado a decir a miembros de su Administración que el fiscal tiene parte de culpa de su relación con Lewinsky. Al parecer, Clinton aseguró a varios colaboradores que estaba tan furioso por la intrusión de las investigaciones de Starr que buscó consuelo en la joven.

Los partidarios de Starr reconocen que a él también le ha cegado su antipatía hacia Clinton y que ha cometido excesos en su deseo de imputarle responsabilidades. El grueso informe del fiscal independiente al Congreso, lleno de detalles sexuales, casi pornográficos, y comentarios condenatorios sobre los motivos del presidente, es el ejemplo más flagrante de desmesura por parte de un fiscal, afirman algunos colaboradores de Starr.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pero ha habido otros: el paseo de Hillary Rodham Clinton ante un ejército de cámaras a su entrada en el tribunal federal de Washington, en enero de 1996; la amenaza, filtrada a los periodistas, de señalar al confidente más íntimo de Clinton como conspirador en un juicio que terminó con una serie de veloces veredictos de inocencia; la ostentosa exhibición de las 36 cajas con pruebas para el impeachment en las escaleras del Capitolio este mismo mes y el duro tratamiento dado al presidente en su testimonio ante el gran jurado grabado en vídeo el 17 de agosto.

Un portavoz de Kenneth Starr niega que el móvil que le ha impulsado a él o su equipo sea la animadversión hacia el presidente. "No es nada personal", asegura Charles Bakaly. "Hemos jurado respetar y defender la ley, y lo estamos haciendo con toda profesionalidad".

Aunque son muchos los que creen que Clinton ha degradado la presidencia con el asunto Lewinsky, bastantes afirman que la obsesión de Starr con la vida sexual del presidente ha hecho aún más daño a la institución. El fiscal independiente explica en su informe que se ha visto obligado a acumular detalles obscenos debido a las persistentes mentiras del presidente. Los aliados de Starr afirman que su experiencia con años de evasiones y astutos legalismos por parte de Clinton le han obligado a incluir todos esos detalles para construir una acusación de perjurio imposible de negar. Pero esos mismos aliados se preguntaban, la semana pasada, si Starr y sus fiscales tenían además otros motivos.

James Carville explica, en un libro de próxima publicación, que conoció a Starr en octubre de 1993, casi un año antes de que éste sustituyera a un republicano moderado, Robert Fiske, como abogado independiente para asuntos de la Casa Blanca. Carville, uno de los más estrechos colaboradores políticos de Clinton, se encontraba en el aeropuerto nacional de Washington cuando un desconocido, Starr, se le acercó y "empezó a soltar, sin venir a cuento, una diatriba vergonzosa contra el presidente".

Cuando se enteró de que Starr iba a ser el nuevo fiscal independiente encargado de investigar a Clinton, Carville devolvió su pase de entrada en la Casa Blanca y dimitió de su puesto de asesor en el Comité Nacional del Partido Demócrata para poder dedicarse por completo a atacar al fiscal. En una carta a Leon Panetta, entonces jefe de gabinete de la Casa Blanca, Carville declaró que el nombramiento de Starr era "una violación histórica y desorbitada de la justicia, y que su designación era obra de fanáticos oponentes del presidente y su programa".

Hillary Clinton pasó muy pronto a compartir la opinión de Carville. Se convenció de que Starr se había propuesto procesarla o, al menos, humillarla. A Clinton le enfureció ver el trato que recibieron muchos de sus amigos y colaboradores en Arkansas por parte de los agentes de Starr, con lo que él consideraba acusaciones fabricadas.

No obstante, al principio fue Hillary Clinton quien más hostilidad sintió respecto al fiscal. Y el sentimiento parecía ser mutuo, según Jane Sherburne, antigua coordinadora del equipo de defensa de los Clinton. "A partir de principios de 1995 vi un deterioro en la relación, pero estaba mucho más centrado en Hillary: el veneno, la convicción de que era una mentirosa, el empeño en cazarla que dejaban transpirar en todas las conversaciones".

Hillary Clinton presionaba a diario a sus ayudantes para que encontraran datos negativos sobre Starr y se asegurasen de hacerlo llegar a manos de los periodistas, según un antiguo funcionario que participó en la tarea. Carville, varios funcionarios de la Casa Blanca e investigadores del Partido Demócrata escudriñaron los clientes legales de Starr, las afiliaciones políticas de los grupos con los que hablaba, los intereses económicos de sus principales testigos y la ideología política de sus ayudantes. Gran parte de este material acabó abriéndose camino hacia la prensa y las revistas en Internet.

Para muchos miembros del equipo de Clinton, toda esperanza de relación civilizada con Starr desapareció bruscamente el 22 de enero de 1996. Ese día, el fiscal presentó a Hillary Clinton una citación para que acudiera a declarar ante un gran jurado federal con el fin de responder a una serie de preguntas relacionadas con la reaparición en la Casa Blanca de las facturas de su despacho de abogada en Little Rock, que habían estado perdidas durante largo tiempo. Cuatro días después, Hillary Clinton entraba en el tribunal federal asediada por periodistas y fotógrafos.

"Su decisión de humillar a la primera dama fue determinante", relata Rahm Emanuel, principal asesor del presidente. "Clinton había oído decir todo el tiempo que Starr era un hombre razonable, pero vio que el único propósito de aquella citación ante el gran jurado era dañar intencionadamente a su mujer. Para el presidente, ése fue el principio del fin".

En septiembre de ese año, los sentimientos de Clinton hacia Starr se vieron confirmados cuando vio fotografías de Susan McDougal, su antigua socia en el negocio de terrenos de Whitewater, en Arkansas, entrando en prisión esposada de pies y manos por negarse a testificar contra él. El presidente aireó su furia sobre el tratamiento dado a McDougal en privado, pero sus asesores le aconsejaron en repetidas ocasiones que no hablara de ello en público.

El pasado mes de enero, parecía que la investigación de Starr estaba llegando a un final discreto. En la Casa Blanca, los principales asesores estaban convencidos de que los acusadores no habían conseguido nada. Pero el 12 de enero, el trabajo de Starr se vio alterado de repente y para siempre por una llamada de teléfono de Linda Tripp, una empleada del Pentágono a la que habían entrevistado sus ayudantes. Tripp declaró a Starr que había grabado unas conversaciones que demostraban que el presidente había mantenido una relación sexual con una becaria de la Casa Blanca y había intentado ocultarlo. Según un partidario de Starr, los fiscales recibieron las acusaciones como "un regalo de los dioses", la oportunidad de derribar al presidente por delitos que se remontaban a hacía 20 semanas, en lugar de 20 años. El presidente ha reconocido en varias declaraciones recientes que permitió que su ira contra Starr influyera en su forma de pensar. Prometió a un grupo de líderes religiosos el 11 de septiembre que, en su búsqueda del perdón, tenía que renunciar al "orgullo y la ira que nublan el juicio, llevan a las personas a excusar y comparar y acusar y quejarse".

Por su parte, Starr no ha expresado ningún remordimiento por cómo ha tratado al presidente y muy escasas explicaciones sobre el contenido de su informe al Congreso. El pasado mes de abril, Starr afirmó que no le influían las ideas políticas ni los sentimientos personales respecto al presidente. Dijo que, como a un personaje de serie policiaca de televisión, sólo le interesaban los hechos y estaba seguro de que ellos le conducirían a la verdad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_