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FERIA DE GUADALAJARA

El atraco de las seis

Lo decía el público: "Esto es un atraco". A coro lo decía: "¡Esto es un atraco; manos arriba!" Y es que los toros parecían gatos y además se caían.No hay por qué escandalizarse ni de los gatos, ni de las caídas. Es lo que sucede cada tarde. Es el atraco de las seis.

Dan las seis, los clarines hacen tararí, y empieza el atraco. La hora depende de la estación de año, naturalmente. Si es en plena canícula será a las siete. La hora clásica de empezar los toros es las cinco de la tarde pero con el cambio de horario eso ya sólo queda para la literatura. "Eran las cinco de la tarde; eran las cinco en punto de la tarde..." cantó García Lorca en el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. La famosa evocación puede que ahora tuviera problemas pues a lo mejor la coge un corrector y va y pone: "Eran las 17 horas; eran las 17.00 horas". Hay precedentes.

Gavira / Joselito, Litri, Ponce

Toros de Antonio Gavira (uno devuelto por inválido), de escaso trapío -tres primeros impresentables-, inválidos, dóciles. 3º, sobrero de Arauz de Robles, de la misma condición.Los anunciados de Arauz de Robles fueron rechazados en el reconocimiento. Joselito: estocada trasera y rueda de peones (silencio); pinchazo, otro hondo, rueda de peones y descabello (pitos). Litri: pinchazo y estocada corta caída (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Enrique Ponce: pinchazo perdiendo la muleta -aviso- y estocada caída (escasa petición, aplausos y salida al tercio); pinchazo -aviso con retraso-, estocada y descabello (oreja). Plaza de Guadalajara, 19 de septiembre. 3ª corrida de feria. Lleno.

Eran las 18 y ya le estaban tomando el pelo al público alcarreño. Sólo que el público no se dejaba, y protestaba, y decía que aquello era un atraco. Al presidente le cargaban las culpas y uno voceó: "Tenemos un presidente que es una madre". Quería decir -así se lo explicó a la vecindad- que lo consideraba madre para los toreros; para el público en general, una suegra.

El presidente, sin embargo, hizo lo que pudo. Y devolvió el tercer inválido al corral. Cierto que el sobrero padecía similares invalideces, mas entró en liza Enrique Ponce y salvó la tarde.

Cuando torea Ponce, los atracos se convierten en dádivas. Sale Ponce, se pone a pegar pases y colma al público de felicidad. Ponce es el número uno. Con los inválidos que sueltan cada tarde a las seis, el número uno indiscutible. Los conoce como si los hubiera parido. Y al público también. No hay ni inválido ni público que se le resistan. Toma muleta y espada, se dirige al inválido sin dilación, le reta, le abruma, se pone como una moto, lo muele a derechazos, quizá intercale un molinete, quizá un circular o dos, empalma ayudados, y ya está olvidada la invalidez del novillo, ya la plaza boca abajo, ya salvados la tarde y el negocio.

Al primero de sus inválidos lo toreó al natural. No a las tantas, según suele acontecer, sino de principio. Apenas lo había llevado al platillo, se echó la muleta a la izquierda e instrumentó tres tandas de naturales. No es que fueran buenas, pues le salían sin demasiada templanza. En cambio con la derecha fue otro cantar. Lo suyo son los derechazos, está claro.

Al sexto, más enterizo de cuerpo y de temperamento que los anteriores, le hizo una de sus faenas-cumbre. Faena en la que los derechazos se sucedían sin solución de continuidad y algunos le resultaban de bella factura; faena que no conocía el fin y en la que el tiempo no contaba. Debe de ser Enrique Ponce el torero que haya escuchado más avisos en todas la historia de la fiesta. En el atraco de Guadalajara contabilizó dos; y suma y sigue. Si no llega a pinchar le hubieran dado hasta el rabo, tal cual deseaba buena parte de los espectadores. Otra parte, en cambio, le suplicaba que acabara de una vez, no por nada sino porque estaba lloviendo.

El padecimiento del meteoro, que llegó a última hora, no se le reprochaba tanto a Enrique Ponce como a Litri. Enrique Ponce, al fin y al cabo, hacía el toreo a su manera, mientras los mantazos interminables de Litri no eran toreo de ninguna de las maneras imaginables.

Es preferible lo de Joselito, que ni disponiendo de inválidos inofensivos toreó. Pero fue breve. Dio algunos pases haciendo como quien hace, y se marchó, llevándoselo calentito.

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