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Antigualla

Algo -un entusiasmo, una emoción, un fantasma- recorre Euskadi estos últimos días. La reconversión de HB en EH parece remover nuestras aguas, tiempo ha confusas, y suscitar esperanzas por alguna banda y un escepticismo algo airado por alguna otra. Meramente electoralista para algunos, síntoma transparente de que algo se mueve para otros, indicio de la proximidad del fin de la violencia para los más osados, esa reconversión sí me parece, en principio, efecto de algo que se inició como una gran esperanza y se recondujo después como un fracaso: Ermua. El fracaso de Ermua -y la general deriva política subsiguiente- pueden explicar las expectativas surgidas; pero después de Ermua ya nada será igual, y esas expectativas valen lo que valen. Lo que vaya a ocurrir, lo que sea, sólo afectará a un mundo acotado: al mundo de HB, o si quieren que seamos generosos, al mundo nacionalista en general. Ahí se acaba el efecto. Si he de serles sincero, a mí todo esto me suena a antigualla. También he de confesarles que a veces me equivoco con ese mundo de HB, simplemente porque no consigo entenderlo. Siempre he visto en él una mezcla de anacronismo, mascarada y alucinación, cuya supervivencia sólo conseguía explicarla por la existencia -y subsistencia- de ese otro fenómeno, ETA, que constituye su razón de ser. De ahí que tampoco entienda muy bien esas diatribas últimas del señor Ardanza y otros líderes del PNV, acusando al PP y al PSOE de que no quieren el final de ETA porque temen a la mayoría nacionalista que pueda surgir después. Sinceramente, tengo mis dudas sobre que el final de ETA vaya a beneficiar al mundo nacionalista. También estoy convencido de que los propios nacionalistas las tienen, y que por eso están tan preocupados no tanto por el final como por la forma en que vaya a producirse. Se trata de alcanzarlo creando un escenario de condiciones ventajosas para el futuro. Pero salvo el maximalismo prácticamente irrealizable de HB -el Parlamento y el Gobierno, en Pamplona, decía Arnaldo Otegi- no hay nada que pueda garantizar ese escenario futuro de mayoría irreversible. He ahí la razón de que no esté tan convencido de que el final de la violencia esté tan próximo como algunos afirman. Aunque me gustaría equivocarme una vez más. Desde este mi fondo escéptico, por lo tanto, la nueva plataforma Euskal Herritarrok la entiendo no como síntoma de lo que pueda estar ocurriendo en ETA, sino como la necesidad de reconstruir un mundo que se desmoronaba, algo más que una simple operación electoralista. Se trata de recuperar el espíritu de los primeros años de la transición, años propicios en acontecimientos y talante para la consolidación de ese mundo. Basta con fijarse en esos perfiles de frente amplio y de populismo con los que quiere nacer esa plataforma. O en su propio nombre, Euskal Herritarrok, que significa mucho más de lo que da a entender su traducción castellana, en la que no caben los contenidos irredentos que sí encierra en euskera. Y habrá que ver cuál vaya a ser el elemento que marque la divisoria maniquea -¿el euskera tal vez?- que tan bien funcionó durante la transición. Hay, sin embargo, una diferencia entre entonces y ahora. La mala conciencia de la transición, generada por el franquismo, provocó un auténtico revolcón político en Euskadi y la entrega -más que la conversión- a los valores nacionalistas de sectores de la población que escasamente hubieran estado de acuerdo con ellos en una situación democrática normalizada. Son esos mismos sectores los que paulatinamente se han ido después alejando del nacionalismo. El hastío puede ser una de las causas de ese alejamiento, pero no me cabe duda de que otra es que esa mala conciencia a la que me refiero se ha ido diluyendo con el tiempo y con la incorporación de nuevas generaciones a la vida política. Mala conciencia, hoy, sólo se puede generar ya en el seno del propio mundo nacionalista. Es ahí, y en los aledaños de IU, donde podrá hacer impacto la nueva EH, provocando en él una redistribución del voto. Malo será que de ese impacto salgan debilitadas las fuerzas democráticas -PNV, EA, IU- y fortalecida a costa de ellas la nueva alternativa. Muy malo, mientras no callen las armas definitivamente. Ojalá me equivoque.

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