La comedia del héroe
Muchas veces oí contar la historia de cómo Paco Benet, el brillante hermano mayor de Juan Benet, y dos valientes muchachas norteamericanas que llevaron el peso de la acción, habían ayudado a escapar de una condena a trabajados forzados en el Valle de los Caídos a dos amigos universitarios apresados por la policía franquista. Un día le oí a Juan repetir la historia delante de una de aquellas jóvenes, la escritora Barbara Probst Solomon, convertida -después de la muerte en accidente de carretera de ese fenomenal aventurero de la inteligencia que debió ser Paco Benet- en amiga de la familia. Ahora parece que Barbara Probst se muestra descontenta de la película de Fernando Colomo Los años bárbaros, que relata de un modo figurado aquel episodio donde el valor de unos idealistas de izquierda se vio mezclado al horror más espeso de los primeros años de posguerra. Me parece que la escritora se equivoca. La película es excelente, y la realidad no tiene una versión oficial, sobre todo cuando un mismo incidente puede ser transmitido por varios de los que en él intervinieron.Los estudiantes fugados de Cuelgamuros vivieron para contarlo, aunque uno de ellos, Manuel Lamana, autor de una novela basada en aquellos hechos, murió cuando la película estaba en preparativos. El segundo, Nicolás Sánchez-Albornoz, militante también en la época de la FUE y después exiliado muchos años de España, ha colaborado directamente con los autores de la película, firmando como colaborador de Colomo, Carlos López y José Ángel Esteban el guión. Ni Sánchez-Albornoz se traiciona, creo yo, a sí mismo, ni Los años bárbaros desvirtúa el espíritu del suceso, por mucho que del producto final desaparezca Benet como personaje (un día reaparecerá, estoy seguro, como protagonista de una biografía que le haga justicia poética) y aparezcan otras figuras y situaciones nacidas de la imaginación del director. La realidad de aquella tragicómica epopeya persiste en la memoria y en los relatos personales. La película propone una nueva realidad dramática que del color más negro de la real España de 1948 saca una luminosa aventura de libertades no sólo políticas.
Y es que Colomo ha realizado en Los años bárbaros una de sus mejores comedias, género en el que a mi juicio no tiene rival en el cine español. ¿Comedia a partir del dolor de unos presos, de la crueldad fascista de los matones, del peligro de muerte y de los ideales de lucha? Está reciente la polémica suscitada por la estupenda película de Roberto Benigni La vita è bella, premiada en Cannes y arrasadora de públicos allí por donde se proyecta; en este caso se discute la conveniencia de plasmar humorísticamente el terror de los campos de concentración nazis. Nosotros no tenemos que irnos a Italia. Berlanga demostró en sus mejores películas -El verdugo, Plácido, La vaquilla- el legítimo efecto esclarecedor de la mirada cómica sobre el fondo áspero de la tragedia; los griegos también sabían de esto.
Los años bárbaros empieza en serio, pero tarda pocos minutos en indicarnos el difícil punto al que Colomo quiere llegar: la escena de Pepón Nieto llamando al timbre en París marca deliciosamente -hay una ligereza cargada de sentido que recuerda a Lubitsch- la transición al tono de comedia. A partir de la fuga de los dos jóvenes, tan bien encarnados por Jordi Mollá y Ernesto Alterio, Colomo alterna con sabiduría la gravedad de unos acontecimientos en todo momento verosímiles y los registros del disparate, reflejados de manera irresistible en la peripecia del periodista de chismes que interpreta inolvidablemente José María Pou. Colomo hace sátira, no le teme al romance (la escena de la playa, quizá la mejor de la película), y gradúa hasta su desenlace el suspense.
Pero en todo momento, incluso el final, cuando la emoción podría humedecer los ojos, la cosa se pone difícil: el coche de la liberación definitiva no arranca. El artista burlón nos ha hecho su último guiño.
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