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55ª MOSTRA DE VENECIA

Emily Watson y Régis Royer iluminan dos filmes menores

ENVIADO ESPECIAL, Ayer, la Mostra llenó sus ficciones con sombras de carne y hueso. Hace unos días las francesas Sandrine Monnaire y Emmanuelle Béart salvaron con oficio una tediosa película dirigida por Yves Angelo, Ladrón de vida. La misma hazaña hizo ayer otro dúo de actrices, éstas británicas, en Hillary y Jackie, dirigidas por Anand Tucker. Es cine de poca entidad, titubeante, y el director oculta su imprecisión con rebuscados vuelos de cámara y encuadres enfáticos. Pero allí están Rachel Griffiths y, sobre todo, Emily Watson para dar por su cuenta verdad a los mentirosos juegos de imagen del director.

Emily Watson, que saltó del teatro londinense a la fama mundial en Rompiendo las olas, sigue en racha. En esta insuficiente película ratifica que su veloz ascenso al estrellato del cine europeo no proviene de un azar o de un empujón industrial, sino que sale de dentro de ella misma. Es magnífica su resurrección de la breve y dolorosa vida de la violoncelista Jackie du Pré, compuesta en contrapunto con la de su hermana, la flautista Hillary y, más lejos, la hoy gigantesca sombra de su compañero, el pianista argentino Daniel Barenboim. Toda una vivísima, minuciosa y elegante composición del recuerdo de aquella instrumentista, que logró convertirse en una de las más grandes solistas de la música británica en los años sesenta.

Complejo retrato

Tan desconocido en el cine como en su comienzo fue Emily Watson era hasta ayer el joven actor teatral francés Régis Royer. Pero, conducido por un maestro de la escena europea y formidable director de actores, nada menos que Roger Planchon, esboza en Lautrec un complejo y riquísimo en matices retrato del artista aristócrata Henry Marie Raymond de Toulouse-Lautrec y Montfa, pintor de popularidad universal y uno de los ejes de la segunda fase del desarrollo del movimiento impresionista en la pintura francesa de finales del pasado siglo.Decir que Royer barre de la memoria el estupendo, pero monolítico y poco creíble, precedente de José Ferrer en la preciosa, pero también escasamente veraz, Mouline Rouge, de John Huston, es en realidad decir muy poco de la fascinante capacidad de este, hasta ayer, desconocido actor francés.

El nuevo intérprete del gran pintor hace en el filme un trabajo de esos que presagian el nacimiento de una nueva estrella, y no de las de relumbrón sino, como la de Emily Watson, de las que brotan por sí solas de un empuje interior, de un inteligente y refinado pulimento del aparato gestual, de un talento y un oficio de intérprete completamente vivo y rotundo. La película, aunque lleva dentro escenas muy bien hechas, dignas del Planchon teatral, es muy inferior a su protagonista. La luminosidad del trabajo de éste la eclipsa.

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