Tres héroes españoles: Giner, Unamuno, Ortega
En los años del fin del siglo XIX, Giner (1839-1915) fue para la generación siguiente a la suya, la que sería denominada "generación del 98", el paradigma intelectual y cívico español. Por ejemplo, para el joven catedrático de Salamanca Miguel de Unamuno (1864-1936), autor de un resonante folleto, De la enseñanza superior en España (1899), el juicio de Giner era el más esperado. No tuvo carta suya, sin embargo, hasta mediados de diciembre. Al responder, Unamuno se excusa de no haberse despedido en una visita a la capital, pues la abandonó "en fuga". Precisando: "Madrid me repele". Y añade: "Sólo me compensa en él ratos como el que pasamos en La Moncloa, frente a la sierra". La carta de Giner a Unamuno aludida (17 de diciembre de 1899) constituye un documento de excepcional revelación de sus principios intelectuales: "No sé si lo he podido dar a conocer bastante, pues siempre he deseado que mi enseñanza y mi acción fuera obra de neutralidad, no en sentido negativo de esta palabra, sino de simpatía profunda para los que más contrarios se estiman". Observa, además, Giner con su fina gracia andaluza: "Aquí todos queremos quemarnos unos a otros, mas yo no quisiera quemar ni a los que quisieran verme echando chispas". Su aspiración mayor era ayudar a que "en nuestro pueblo vaya formándose un espíritu común sobre estas cosas", refiriéndose a las cuestiones educativas tratadas por Unamuno, en discursos y artículos periodísticos.Algunos años más tarde -cuando Unamuno era ya rector de Salamanca (en cuyo nombramiento tuvo considerable importancia el folleto mencionado)- Giner le envía una tarjeta (17 de septiembre de 1906) desde la playa de Salinas (Asturias), en que reprocha levemente a Unamuno cierto "acíbar" en recientes intervenciones suyas en Málaga. Observando Giner: "Hay que trabajar como si todo hubiese de lograrse", precepto que Unamuno acogió sin mucho entusiasmo. Tampoco lo tenía el mismo Giner, cuando también desde Salinas, pocos días antes de la tarjeta a Unamuno, escribe a José Castillejo (1877-1945) que "hay que esperar bien poco y trabajar como si esperásemos mucho".
El 18 de febrero de 1915, una extensa necrología, en El Imparcial, anónima -aunque quizás dictada por Ortega- anunciaba el fallecimiento de Giner, a la una de la madrugada, en la Institución Libre de Enseñanza (Martínez Campos, 14). Precisamente, Ortega (presente en la agonía lúcida de Giner) había redactado y fijado, en la puerta de la ILE, el aviso relativo al entierro, ese mismo día, en el Cementerio Civil. Recordemos que Ortega admiraba a Giner, aunque no había estudiado con él, mas considerándolo su mentor. Y cuando obtuvo, por oposición, la cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid -ocupada largos años por Nicolás Salmerón (1838-1908), el condiscípulo universitario de Giner y su amigo íntimo-, escribió una nota a Ortega, el 7 de noviembre de 1910, felicitándole mas haciéndole saber que "su votación no ha sido unánime". Ortega no inició su actividad docente hasta finales de 1911, tras una nueva estancia en la Universidad de Marburgo (Alemania). Escribe con cierta frecuencia a Giner, pero don Francisco se excusa por su lentitud en responder: "Usted sabe bien que mi facilidad para hablar tiene su contrapeso en mi dificultad de escribir". No obstante, reitera advertencias amistosas a su joven amigo: "Siempre vuelvo a mi tema, que usted conoce bien, lo de Hamlet a Horacio ("la realidad es mucho más compleja que nuestras fórmulas")". Traducía así Giner las famosas palabras de Hamlet a su amigo: "There are more things in heaven and earth than are dreamt of in your philosophy". ¿Cabría conjeturar que Giner aludía implícitamente a conversaciones entre él y Ortega, que tanto gustaba de las "fórmulas"?
La conversación con Ortega representó para el Giner de las últimas semanas un aliciente diario que esperaba con impaciencia, para platicar sobre las consecuencias para la cultura europea (1915) de la Gran Guerra. Incluso propuso a Ortega que se hiciera un recordatorio público (para españoles) de lo que Alemania significaba en la historia de la civilización moderna. Dada la virulencia de los "aliadófilos" hispanos, Ortega estimó que sería contraproducente tal "proclama". Recordemos que Giner se sentía completamente identificado con Gran Bretaña, el país que representaba, para él, la "civilidad moderna europea" (con términos de Unamuno).
"Llamo héroes a los españoles que, en España, se dedican a disciplinas estéticas o científicas", exclamaba amargamente Juan Ramón Jiménez. Porque según el gran poeta andaluz, "no habría otro país de este mundo" donde hubiera un "ambiente tan hostil", como en España, para poetas o filósofos. Sorprende que esto se escribiera dentro de las dos décadas (1916-1936) más espléndidas de toda la historia de la cultura española -cuando el clima social de España fue tan favorable justamente a escritores, pensadores y artistas- lo que no invalida la heroicidad apuntada por Juan Ramón Jiménez. Porque, sin posible duda, Giner, Unamuno y Ortega fueron héroes españoles, en tanto que generadores, ellos mismos, de los afortunados tiempos que les tocó vivir (el término inglés weather-maker, "fabricante de clima", corresponde a su función histórica, mal que les pese a otrora marxistas e hispanistas británicos). Su heroísmo espiritual fue el de ser cabezas valientes que osaron (¡y lo lograron!) despertar a sus compatriotas del secular letargo espiritual propio de países dominados por ortodoxias de uno u otro signo. Ni Giner, ni Unamuno ni Ortega fueron anticlericales, mas sí se esforzaron por articular una afirmación racional de la vida, "aquí y ahora" (hic et nunc: Giner a Castillejo), que impusiera normas éticas inflexibles. De ahí que el legado de los tres héroes españoles pudiera ser tan beneficioso para los jóvenes hispánicos, en estos tiempos del letargo televisivo y futbolístico: sin olvidar el letargo del consumismo y de la impostura "neo-liberal". Cabría aquí recordar lo observado por Giner en 1899, "nuestra catástrofe no es del 1898, es una disolución espiritual que viene de muy lejos". En estos días cuando se cumple el 130º aniversario de la bien llamada "Gloriosa Revolución" de septiembre de 1868 -cuya constitución un año más tarde proclamó, por vez primera en la historia de España, la libertad de conciencia- no es ocioso mantener que la nación española cuenta, desde 1868, con un legado histórico excepcional que -en visible contraste con tantas comunidades humanas sin historia aprovechable- podría enriquecer la civilidad moderna europea. Para lo cual habría, ante todo, que "desamortizar de la política de partido la dirección de todos los grandes intereses nacionales" (Giner, 1906).
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