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El estruendo

A los habitantes de Amsterdam les preocupa el ruido, y hablan de él en tono de disculpa con los forasteros. Durante años se ha estado debatiendo por aquellos lares el "to be or not to be" de una quinta pista para el aeropuerto de Schiphol, y permítanme afirmar, ante todo, que su preocupación está plenamente justificada. Viven en un pequeño país con un aeropuerto gigantesco, en proporción, y el estrépito de los muy frecuentes vuelos es causa de molestias para un porcentaje elevado de la población. ¿Cómo es posible, entonces, que para mí constituya un gran deleite pasear por las calles de Amsterdam?Visité la capital neerlandesa en enero. Me alojaba, precisamente, en el Sheraton Airport Hotel, donde, por cierto, no se colaba ni el más mínimo eco del tráfico aéreo. Me desplazaba en el tren, silencioso, hasta la estación Central, tan eficiente y a la par tan lírica, pues la construyó el arquitecto Cuypers el siglo pasado y no se avergüenza de sus torres, relojes, veletas, estatuas, ni tampoco de continuar siendo el meollo del tráfico urbano. Pero ¡qué tráfico tan encantador! Si el viajero decide salir por las puertas posteriores, se sume de pronto en un mundo portuario. Desde allí, un vaporetto (o su equivalente holandés, claro) le conducirá hasta su destino por el pausado dédalo de canales. Las casas que lo flanquean son del siglo XVIII; los sigilos, también. Si decide emerger de la Central Station por las puertas frontales, se hallará en un mundo felizmente peatonal, descubrirá que no le acosan los coches, sus ruidos, humos, prepotencia. Le saldrán alitas en los pies descendiendo por las avenidas Damrak y Rokin hasta la plaza del Damm, será un transeúnte más, investido de prerrogativas ya olvidadas, dueño de la vía pública, sin otra competencia que la de los tranvías, bicicletas o, según hemos quedado ya, barquitos. Todos ellos respetuosos en cuestión decibélica, todos ellos circulando por el lugar que los planificadores de la urbe les asignaron en su día, sin interferir, sin hostigar al caminante.

Y hay que reiterar la pregunta: ¿cómo es posible que allí estén preocupados por la contaminación acústica y el forastero procedente de Madrid considere Amsterdam un remanso de paz y silencio? Por el contraste, por la odiosa comparanza. Ruido en la urbe de los canales, hombre, sí, haberlo, haylo. Estrépito en Roma, Atenas, desde luego, qué lata. Pero Madrid es el estruendo que no cesa, que no ofrece ni una sola tregua al ciudadano. El balance de agosto, para quienes nos quedamos a bordo, resultó desolador. Primero, una canícula persistente, desconocida desde hacía años. Luego, la imposibilidad de abrir las ventanas o echarse a la calle en busca de la fresca por el fragor. A mediados de mes vinieron unas tormentillas inocuas que no refrescaron nada el ambiente e incrementaron la bulla. Sí arrancaron numerosas hojas de los plátanos, anticipando el otoño, y el excelentísimo Ayuntamiento, vigía de Occidente para la defensa del ciudadano, exhumó en el acto los tubos tonantes, el método más sádico y guarro para limpiar las calles. Las perforadoras siguieron abriendo zanjas y zanjas por todas las esquinas; los vecinos, España va bien, se lanzaron a realizar obras ambiciosas en sus pisos, debieron tirar todos los muros y además en régimen de chapuza, pues los sábados y domingos se trabajaba 14 horas diarias. Y esto en las calles sin obra oficial. En O"Donnell, el famoso retúnel escaralló a los vecinos, en el puente de Ventas prosiguió la juerga y en la avenida de América la perforadora del "intercambiador de transportes" originó una pequeña algarada, ¡y mira que somos buenos!, cuando un vecino bajó a la obra para exigir sueño y justicia. Era la 1.50 de la madrugada. Por fortuna, el gallardo sargento de la Policía Municipal que acudió al escenario de los hechos le dio la razón, ratificando que el ruido era ensordecedor, y paró (momentáneamente, claro) el bochinche. El taladro sobrepasaba los 100 decibelios. A los 55, el ruido produce hipertensión. De ahí para arriba, sordera, demencia, muerte. El futuro de Madrid está oscurísimo. El 7,9% de las familias madrileñas han adquirido un coche a lo largo del primer semestre de este año. Lo pagaremos caro en las calles, lo estamos pagando ya. De Amsterdam al cielo, y un agujerito para verlo.

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