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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Yeltsin no se va, pero se despide

El reinado presidencial de Borís Yeltsin ha tocado, según todos los indicios, a su fin. La misma vehemencia vacilante con la que el presidente ruso anunció ayer en una entrevista por televisión, difundida a todo el país, que completaría su mandato hasta el año 2000 parece confirmar que ha cedido ya lo esencial de sus poderes al primer ministro designado para que trate de enderezar la caótica situación de su país.¿Qué ha ocurrido en las últimas semanas en Rusia para que se produjera esa revolución de palacio? En marzo pasado, Yeltsin destituyó fulminantemente a Víktor Chernomirdin para nombrar al joven tecnócrata Serguéi Kiriyenko, con el mandato de hacer todo lo que no se había hecho hasta entonces: reformar el sistema bancario, crear un tejido tributario en el que cada uno pague lo que deba para salvar al país de una crónica suspensión de pagos, y liquidar las mafias de la antigua oligarquía comunista, hoy transformada en club de especuladores contra su propio país.

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El día clave pudo ser el pasado 23 de agosto, en el que Kiriyenko expresó, según ciertas fuentes, su convicción de que había que cerrar algunas instituciones bancarias comprometidas con la corrupción. Lo que desde entonces se ha desarrollado es una especie de golpe blando, cuya culminación es el nombramiento de Chernomirdin, un hombre del aparato capaz de entenderse con la mayoría de los grupos políticos de la Duma y mantener una continuidad profesional de la gobernación, pero sin mayores aspiraciones si lo que se pretende es una renovación a fondo del Estado.

Para eso Chernomirdin es demasiado el centro geométrico de la realidad, sus compromisos están demasiado enraizados en el inmediato pasado del comunismo converso al liberalismo de la transición de 1991-92. No en vano, tras el breve periodo de gobierno reformista, caótico pero bien encaminado, del liberal Yegor Gaidar, Chernomirdin ya fue nombrado jefe del Ejecutivo para que la reforma no dañara los intereses establecidos, que apoyan, especialmente, los comunistas y los ultranacionalistas aliados a la antigua nomenklatura y la nueva oligarquía financiera, que, con frecuencia, coinciden en nombres y apellidos.

Es posible que Yeltsin -por razones políticas o simplemente de salud- ni siquiera acabe su periodo constitucional, pero tampoco parece fácil que pueda dimitir en los próximos días. Chernomirdin ni siquiera ha sido ratificado por la Duma, lo que podría ocurrir el lunes o martes próximos, con lo que se daría, en caso de dimisión, un vacío formal de poder, y, especialmente, otro presidente atribulado: Clinton llega a Moscú acto seguido en visita oficial, y Yeltsin, con toda seguridad, quiere dar la bienvenida a Bill.

Más aún, el Yeltsin que hablaba ayer a la nación en un tono de autoconmiseración testamentaria es poco probable que se considere un hombre acabado. Ha cedido un terreno ya casi imposible de recuperar, pero es evidente que considera su deber completar su mandato. Por ello sólo su salud flaqueante o la exigencia implacable de los que lo han arrinconado le forzará a una dimisión también formal.

Para Occidente, todo ello es difícil de digerir. Europa y Estados Unidos tendrán que conceder a Chernomirdin el beneficio de la duda, pero una estabilización a la baja parece lo más que cabe esperar del nuevo jefe de Gobierno; que la economía no empeore; que la confianza, si no vuelve del todo, permita mantener una cierta imagen de funcionalidad estatal. No es que Chernomirdin o los anónimos barones entre bastidores no quieran la reforma, sino que no les cueste nada.

Habrá que esperar y navegar a la vista. La Rusia de Chernomirdin quiere y necesita el apoyo del mundo liberal-capitalista, y quizá la capacidad de presión que tienen Estados Unidos y el FMI pueda servir para canalizar una reforma que cada día que se demora cuesta al país mayores sufrimientos y miseria de los que habría podido causar de haberse tomado alguna vez en serio la posibilidad de ponerla en práctica.

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