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Reportaje:

La riqueza de unos muros austeros

La diminuta estación meteorológica marca 23 grados de temperatura, 65% de humedad relativa del aire y las 9.30 horas. Las gigantescas paredes del monasterio de Poblet confieren al austero y silencioso locutorio un reconfortante frescor que contrasta con la canícula extramuros. Ante un perfecto artefacto, la fe sería innecesaria. Pero en realidad el reloj indica una hora menos porque los monjes han olvidado adelantar las manecillas al horario de verano. -¿Un descuido, padre Olivé? -Quizá, pero aquí el tiempo no existe. El tiempo tan sólo es una medida inventada por los hombres para romper en diminutos pedazos un espacio más amplio de la realidad. En el monasterio cisterciense de Santa Maria de Poblet la hora la fija el sol, los minutos las campanas y el día lo estipula la liturgia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre. La plegaria es el eje principal de la vida de estos 32 monjes. Pero por encima de ellos, amén del Dios celestial, están las reglas de san Benito, que rigen no sólo el devenir cotidiano de su conducta en la tierra, sino también la arquitectura del propio recinto monacal. El monasterio data de mitad del siglo XII. Construido a la medida de los hombres, de género masculino y número plural, las posteriores rehabilitaciones han respetado este principio previendo que la Orden continuaría su fidelidad a la clausura pero ignorando la futura merma de vocaciones. La única mezcla de sexos que existe en Poblet son los huesos de los panteones reales de la Casa de Aragón y Cataluña, erigidos entre dos columnas del crucero de la iglesia. La clausura se ha respetado hasta tal punto que Poblet es el único monasterio medieval cuyas dependencias permanecen todavía hoy en día amuralladas en su totalidad. Uno de los motivos por los que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco. Es en la iglesia donde la orden del Císter se permite ciertas licencias arquitectónicas que rompen la austeridad del conjunto. Por una parte, los panteones reales y por otra, el retablo del altar mayor, la primera gran obra del renacimiento en Cataluña, construido en alabastro por Damià Forment en el siglo XVI. La nave principal tiene 86 metros de largo y una altura de 28 metros. En el centro, como bien corresponde a un monasterio, se sitúa el coro, porque los cistercienses rezan con solemnidad y públicamente. Se trata de santificar el día y la noche mediante la plegaria como símil de la muerte y resurrección de Jesucristo. La iglesia se ilumina con los primeros rayos del sol entrando por el ábside y se oscurece a través del rosetón, lo que confiere al conjunto distintas tonalidades de colores a lo largo del día de una belleza propia del gótico. Para el padre Josep Maria Olivé, que ingresó en la orden hace 28 años, la iglesia es uno de los más bellos lugares del monasterio, no sólo por su esplendor arquitectónico, sino porque es el punto neurálgico de la plegaria. -¿Una orden contemplativa dedicada a rezar con las necesidades que hay en este mundo? -La contemplación no es estar siempre mirando las musarañas. Es algo gratuito, algo que no se puede tocar, pero en cambio es una realidad. Nosotros rezamos y representamos al resto de las personas porque todos somos una unidad, un cuerpo donde tienen que estar todos los miembros, como decía santa Teresa de Jesús recordando a san Pablo. Si el recinto de la iglesia se dedica a la plegaria, el imponente claustro y los esmerados patios obligan a la reflexión, a una catarsis personal provocada por el absoluto mutismo. Pero como puntualiza el padre Olivé, el monasterio está lleno de pequeños ruidos que no enturbian el silencio en sí mismo "porque el silencio no es más que una condición del espacio, una característica intrínseca de la naturaleza, también de un monasterio. Si las discotecas fuesen silenciosas la gente se volvería loca", comenta. Aunque no lo diga Josep Maria Olivé, el silencio de Poblet a veces se resquebraja, sobre todo por algunas miradas inoportunas de ciertos turistas. Quizá por ello, sólo algunos aventajados gozan de un monje como cicerone. La vida en Poblet se rompió durante 105 años. De igual manera que un día se estrangularon las vocaciones, el monasterio se partió en mil pedazos tras la desamortización de Mendizábal. Más de un siglo abandonado, el monasterio fue gula de ladrones y bandoleros, que lo sometieron a constantes expolios. Tras la guerra civil y durante la cruzada católica del franquismo, cuatro muros ennegrecidos se transformaron en un lugar dignamente habitable para un grupo de monjes italianos. Posteriormente, con la restauración de la Generalitat, el presidente Josep Tarradellas fue uno de los máximos impulsores de este monasterio, al que protegió y donó la totalidad de su valioso archivo Sin embargo, la riqueza de Poblet no se halla en los archivos de Tarradellas, ni en el conjunto arquitectónico, ni siquiera en su magnífica biblioteca. La riqueza de Poblet es individual, única e insustituible pero hay que descubrirla entre sus muros, despojados de toda opulencia. Por ello, lo que más le duele al padre Josep Maria Olivé es que las personas hayan olvidado el verdadero significado de las palabras: "Enorme pérdida, porque quien no conozca el significado de la desprendimiento nunca llegará a interesarse por un monasterio y mucho menos comprender a las personas que viven en él". Poblet es como un gran diccionario.

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