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Cinco miradas para el jazz

Este año los festivales de jazz de Euskadi se han visto enriquecidos por la publicación de un álbum fotográfico donde se recogen momentos destacados de esta actividad musical tan apreciada en nuestra tierra. Se trata de una iniciativa puesta en marcha desde el Centro Cultural Montehermoso del Ayuntamiento de Vitoria. El libro titulado Jazz Quintet, recoge una selección de las imágenes realizadas por cinco fotógrafos en tres escenarios, San Sebastián, Getxo y Vitoria. Es un trabajo de varios años donde cada uno de los autores manifiesta una sensibilidad diferente, un estilo propio acompañado de una técnica particular ante un mismo acontecimiento: un ensayo comparativo entre las miradas de un quinteto de amantes del jazz. Fernando Ustaran es el más veterano de los cinco autores. Las tomas que presenta son en color. La composición mantiene cierta sobriedad y rehúye cualquier gesto que pueda hacerla innovadora. Sus planos se circunscriben a la figura del músico y su instrumento. Establecen unos límites que convierten el acto público del intérprete en un momento de intimidad que prefigura una inquietante sensación de proximidad. Salvo la doble imagen de Ella Fitzgerald, resultado de una superposición que parece multiplicar su actuación melódica, pocas son las ocasiones donde hace una concesión a tratamientos icónicos más arriesgados. Javier Mingueza es un activo fotoperiodista que ejerce en Vitoria. Su propio ejercicio profesional marca el estilo de fotografías que ha incorporado en le libro. Las estrellas no hacen que el público, ni el ambiente, desaparezca. Cromatismos variados se intercalan con el blanco y negro. El gran angular sirve para realizar un contrapicado de Charlie Haden donde el instrumento que emite las notas sinfónicas es el auténtico protagonista. Son imágenes abiertas a la improvisación propia de los círculos jazzísticos. La figura de Phil Collins que queda desplazada por las trompetas que tocan a su espalda, es una composición novedosa, como resulta sugerente el retrato de Miles Davis superpuesto a una vista nocturna de la capital alavesa. Jose Antonio Gutiérrez trabaja desde hace años para revistas como El Tubo o World Music, especializadas en temas musicales. Su técnica artesanal de laboratorio parece que influye también en su fidelidad y respeto a los planos más convencionales. Así, es capaz de transformar la estrambótica guitarra de Pat Metheny, una original fuente de sonidos, en un instrumento formal. Sus retratos establecen un equilibrio de formas que emergen con distinguida relevancia. Guti no puede ocultar que ama su trabajo. No en vano la luz de sus negativos acaricia con suavidad, con mimo, a los protagonistas y en su paso al papel provoca una amplia gama de grises que aterciopela la textura de sus rostros. Para Jose Manuel Horna el juego de luces y sombras que surgen en las noches de jazz le inclina hacia el blanco y negro. Es menos estricto en la elección del proceso y no pone trabas si se trata de elegir un sistema digital para el tratamiento de imágenes. Cuando capta las fotos se deja llevar por el embrujo de la situación. Recurre al detalle y al gesto como fórmula simbólica. Cuando Jorge Pardo toca el saxofón el instrumento echa humo; pero no, a pesar del esfuerzo que manifiestas el gesto de su cara, no es cierto, la estela emana de un cigarrillo encendido que el fotógrafo ha sabido ubicar en el lugar y momento adecuado. Toda una alegoría. Joan Franco, además de aportar sus fotografías, se ha encargado del diseño y coordinación general del libro. Su trabajo está en el camino de la creatividad. Ensaya fórmulas arriesgadas que en el caso de Miles Davis resuelve con soltura. Los contraluces le sirven como recurso de solarización parcial, insinúan más que enseñan, y son capaces de trasladarnos de nuevo a la atmósfera mágica que generan las actuaciones musicales. Una manera acertada de cerrar un trabajo en equipo, equilibrado en su conjunto, donde la presencia de una banda callejera hubiera incorporado un aire especial a una iniciativa remarcable.

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