Los buenos aficionados están con el presidente
La Semana Grande bilbaína ha puesto de relieve el criterio bastante acertado del presidente de Vista Alegre, Matías González. Lo que para algunos es plausible esa actitud equilibrada y justa, para otros es un despropósito. En esta última posición se inscriben los de la Junta Administrativa. Uno de sus miembros nos expresó su no conformidad con el excesivo rigor mostrado este año por el presidente. A lo que parece, los que son proclives a regalar orejas ven al presidente como un tipo aguafiestas, con cara de palo, aduciendo, de manera malévola, que un día sonrió cuando era niño. Sus juzgadores parecen vivir el tiempo que dura la corrida dentro de un arco iris permanente. Creer que porque se repartan orejas a diestro y siniestro la fiesta roza la edad de oro del toreo, eso es pura filfa. El orejismo excesivo es síntoma de decadencia, pura falacia, ganas de dar un protagonismo equivocado al público. En el fondo, el rigor del presidente es un acto de deferencia hacia los intereses de ese público que le abronca cada vez que no concede una oreja. El presidente es un buen aficionado, como otros que en Bilbao existen. Baste un ejemplo. Lo componen un grupo de personas, de todas las profesiones. Todos los martes y sábados del año se reúnen. Comentan las corridas que han visto por los ruedos de España, Francia y América. Han creado un trofeo. Consiste en una makila, que es un bastón de mando que llevan los alcaldes y autoridades del País Vasco. Premian con el trofeo al novillero de más proyección de cada temporada. Pedrito de Portugal, Rivera Ordóñez, Antonio Ferrera, Morante de la Puebla y Miguel Abellán son los agraciados hasta el día de hoy. Estos aficionados se identifican, en términos generales, con la actitud del presidente Matías González. En ellos se da ese acto de amor hacia su plaza, hacia su feria. Querer ganar orejas a velocidad de avioneta es como pedirle prisa a la escayola. Quien es buen aficionado sabe que una oreja ganada a pulso es un convenio entre el torero, una vez sentido el toreo auténtico, y el receptor de ese toreo. Las cosas verdaderas nacen en todos los sitios donde se ponen los ojos a punto.
Por otra parte, se ha constatado en este feria cómo a los pocos minutos de pasar la calentura de la oreja pedida, ya nadie se acuerda para quién la pidieron.
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