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El triángulo de agosto

Mis personales investigaciones del efecto Guggenheim, no en Bilbao, sino en las otras capitales del entrañable paisito, por fin han terminado. Vitorianos y donostiarras aprecian el impacto saludable que el museo está teniendo en sus respectivas economías. Eso atenúa nuestra proverbial rivalidad urbana. Muchos turistas acuden a Bilbao de visita, presintiendo quizás en la ciudad la hostilidad de las urbes siderúrgicas, y optan por hacer noche en Gasteiz o en Donostia. Uno les comprende: si el que escribe dispusiera de jet privado (es un decir) no dudaría en pernoctar a orillas de La Concha y acudir sólo a Bilbao en busca de arte moderno y de percebes. Pero esa visión positiva de Bilbao no deja de venir acompañada de una extraña resignación. Se detecta la resignación en boca de mis amigos ajenos a la metrópoli. Vivimos en un contencioso tan agudo que, en el fondo, los habitantes de las distintas capitales nos toleramos los unos a los otros, y así, si el Guggenheim se contempla en Bilbao con verdadera euforia, en Vitoria y San Sebastián se percibe con irreparable abnegación: es el destino, contra el que nada puede hacerse, es el argumento de una tragedia griega. He deseado con fervor la llegada de la Aste Nagusia y compadecido íntimamente a los turistas que recorrían Bilbao unas semanas antes de la fiesta. Se han encontrado un vago territorio, con una densidad de población propia de arenal subsahariano. ¿Cómo decir a esa buena gente que el tomate aún estaba por venir? ¿Cómo convencerles para dilatar su estancia unos pocos días y asistir en persona al inenarrable follón que hemos multicopiado de la rancia tradición sanferminera? Pesaroso, sentía ganas de asaltar a esos turistas despistados y explicarles la verdad cuando, de pronto, se hizo la luz. En efecto, muchos de esos transeúntes extranjeros dormirían en Vitoria o Donostia, o al menos tendrían buena cuenta de su ruidosa celebración festiva. De pronto, la sucesión de fiestas, en las tres capitales, se revela como una excelente operación de mercadotecnia: durante un mes entero garantizamos a nuestros visitantes todo el pintoresquismo jatorra que se desarrolla en el triángulo autonómico. Un día en el museo y un día de jolgorio en cualquier parte. A veces hasta la prospectiva económica tiene cosas que aprender de la casualidad. Pronto seremos famosos. Por Europa y América germinará una nueva leyenda: los vascos, esos seres increíbles, que se pasan el verano bebiendo y saltando, en una especie de interminable orgía popular. Habrá investigadores de campo que certificarán el asombroso fenómeno: fueron al interior del paisito, en la primera semana de agosto, y encontraron una bronca espectacular. Pocos días después visitaron una ciudad costera y tres cuartos de lo mismo. Por fin acuden a la urbe del museo y encuentran que allí nadie duerme, entre toros, fuegos artificiales, txosnas y terrazas. Los vascos, vaya unos tipos. Reclutarán para el próximo año nuevos investigadores dispuestos a contemplar el fenómeno. Y correrá el dólar entre nosotros.

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Con los brazos alzados a la fiesta

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