Las cuentas durmientes de Suiza
La banca suiza ha llegado tras arduas negociaciones a un acuerdo con los representantes de las víctimas del holocausto por el que abonará 1.250 millones de dólares -casi 190.000 millones de pesetas- a los herederos de los judíos titulares de cuentas que han permanecido dormidas, como se dice en la germanía bancaria, desde la II Guerra Mundial, sin que haya podido nadie reclamarlas hasta la fecha por la desaparición de los interesados a causa del exterminio hitleriano.Ésta es tan sólo, sin embargo, una parte de las cuentas que hay que saldar en relación con el llamado oro nazi depositado en Suiza y que afecta a particulares, Estados y entidades comerciales.
De un lado, hay que determinar el destino final del llamado tesoro del Tercer Reich, que reposa también en los sótanos de la banca helvética, procedente en gran medida del expolio de los bienes de judíos alemanes o de los territorios conquistados por los nazis en la II Guerra Mundial, con una parte del cual el régimen hitleriano pagaba sus compras al exterior. Países como España, Portugal y Suecia, entre otros, recibieron pagos con ese oro en su comercio bilateral con Alemania. Y la Organización Mundial Sionista, en nombre de más de 30.000 perjudicados, le reclama hoy a varios grandes bancos suizos más de medio billón de pesetas en compensación por el atesoramiento y manejo de esos fondos.
Entre los países afectados, España declaró ya a finales del año pasado que no consideraba que tuviera responsabilidad alguna de devolver el oro o su valor equivalente, puesto que esas transacciones fueron perfectamente legítimas desde el punto de vista del Estado, que ignoraba su procedencia, aunque eso no excluye, como se apuntó en su día, que se destine alguna suma a crear un fondo de compensación por el daño causado. Y de otro, existe aún una comisión tripartita aliada que recuperó tras la guerra una parte del oro, pero no ha terminado aún de devolverlo por supuesta falta de título claro de los reclamantes. Londres guarda todavía metal precioso por valor de algunos cientos de millones de dólares.
Una comisión ad hoc nombrada por la banca suiza, por último, lleva trabajando desde 1997 en el establecimiento de cantidades, paradero y utilización de ese tesoro, pero no se espera que antes de bien entrado el siglo XXI haya resoluciones claras sobre qué hacer con sumas que ni siquiera están hoy debidamente cuantificadas.
Todo ello nos remite a la adecuada oportunidad de este acuerdo, importante pero todavía parcial, por el que se restituye lo que jamás debió dormir tan plácidamente en los sótanos de ningún banco. No es cierto, por añadidura, como alguna vez se ha pretendido en Suiza, que ese dinero no se hubiera reclamado en debida forma, sino que más bien la banca desestimó toda petición por mal sustanciada, y únicamente las presiones norteamericanas y el bochorno internacional que ello supone han llevado a este primer acuerdo de tan justa reparación.
La banca suiza reconoce errores en el manejo de esos fondos, pero niega que haya habido propósito deliberado en el secuestro de los mismos. Sin embargo, lo que importa ahora es hacer justicia, así como que se aceleren las investigaciones sobre responsabilidades, cuantía y destino de un oro y un numerario que no puede pertenecer a la nueva Alemania por su origen expoliatorio, ni tampoco a los bancos donde se depositó, sino a todos aquellos que sufrieron bajo la bota nazi, muy en especial el pueblo judío, pero no exclusivamente. La humanidad tiene desgracias innumerables a las que atender y, aparte de lo que corresponda restituir a la organización reclamante, un fondo mundial de atención a calamidades sin denominación de origen podría ser destino adecuado para un tesoro que no debería haber permanecido más de 50 años en tan profundo sueño.
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