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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Genial comedia

La divina comedia del Hollywood clásico, que sostienen ingenios universales como Ernst Lubitsch, Mitchel Leisen, Billy Wilder y más cultivadores constantes, tuvo también francotiradores ocasionales de lujo, como Vincente Minnelli, que adornó su colección de dramas, melodramas y películas musicales con dos o tres buenas comedias y una, esta Design woman o Mi desconfiada esposa, del ramillete de las geniales. Porque si se cuenta el cuento del matrimonio de una estirada modista neoyorquina, que vive rodeada de amiguetes finolis, y un haragán periodista deportivo, veterano cronista de boxeo, cuyo círculo amistoso es gentuza humeante, sudada y canalla, la cosa es simpática pero no parece consistente. Pero si se ve esta anécdota hecha comedia en una pantalla, la levedad del soporte adquiere la transparencia y la densidad del diamante.La palabra diamante suena a metafórica. Pero, en realidad, se trata de una adjetivación sustantiva y sostenible al pie de la letra. Es esta película una joya del género y del cine mismo, pues en ella la brillantez de Minnelli no hace agua retórica por algún rizo rebuscadamente estiloso, sino que su vuelo formal encaja con tanta justeza y acuerdo con lo que cuenta que nada sobra, como nada falta, en una obra de matemática e irresistible gracia y tan bien construida que no se percibe en ella ni rastro de construcción, por lo que despide aroma de perfección. Diamante tallado por un orfebre del cine considerado como lujo sensorial, como puro gozo.

Mi desconfiada esposa

Dirección: Vincente Minnelli. Guión: George Wells. Música: André Previn. EE UU, 1957. Intérpretes: Gregory Peck, Lauren Bacall, Dolores Gray, Sam Levene, Mickey Saughennesy, Tom Elmore, Jack Cole. Madrid: cine Renoir

Pocas veces Gregory Peck y Lauren Bacall dieron como aquí tan intensa sensación de comodidad, tan de hacer a placer lo que hacen (y sus creaciones no son improvisaciones sino encajes de bolillos), que actúan como si respirasen. Pero no sólo ellos, sino todo un glorioso reparto, en el que hay pequeños personajes inmensos, como el inefable boxeador sonado protector de Peck y el enclenque bailarín confidente y musa de Bacall, que canalizan, uno el cuerpo del relato y otro su arrollador desenlace, lo que da idea de la astucia desplegada por el guión: ni un segundo es desperdiciado, todo es ahorro de arbitrariedad y derroche de exactitud en este chorro de gracia e inteligencia. Se sale del cine a regañadientes, pero cuando se llega a la calle, esta se llena de una sonrisa de acera a acera.

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