El museo habitado
El IV Encuentro de Arte de Genalguacil lleva la creación al terreno de lo cotidiano
Uno entra al pueblo después de enredarse en los montes boscosos de la Serranía de Ronda, y lo primero que ve es un tronco de olivo enorme y retorcido, del que salen tres caras radiantes, casi vivas, talladas por Ricardo Dávila. Son los rostros de tres vecinos de Genalguacil (Málaga), que se acercarán a mirarse en ese espejo de madera cuando quieran, porque allí se va a quedar. Esta es la clave de los Encuentros de Arte del Valle del Genal: traer el arte a la casa de todos, mostrarlo, hacerlo familiar, y luego darle un lugar propio en las calles del pueblo. Cuatro pasos más allá hay dos ejemplos perfectos de esta filosofía. Jesús Benítez, subido a un andamio, da martillazos entusiastas. "Me pusieron este tronco, y a tallarlo". ¿Y cómo? "Pues improvisando, según me pide la madera. De aquí salen dos bailarines", dice Jesús. Este artista jerezano ha estado cortando girasol en Chipiona para ganarse el pan; "ya me gustaría vivir del arte, pero no es fácil". A su lado, Mercè Iglesias esculpe una mujer embarazada, aprovechando un nudo de la madera para perfilarle el ombligo. Es una de las piezas favoritas de la gente del pueblo, que la llama "la muñeca preñada". Hay vecinos que quieren contar a Mercè y a su novio, Albert, cómo era el árbol en el que estaba encerrada la preñada: dónde se alzaba, qué sombra daba. No se ponen de acuerdo. El recorrido podría durar muchas horas, y siempre habría novedades. Las piezas a medio terminar de esta edición, rodeadas de esquirlas de madera o sacos de cemento, tienen la compañía tranquilizadora de otras que ya llevan aquí varios años, haciendo suyos los rincones de Genalguacil. Así lo muestra Juan Ramón Gimeno, coordinador del Encuentro y guía de honor de este museo habitado, que vino aquí en 1994, con la primera hornada de artistas, y hasta la fecha. Una escultura suya, proféticamente titulada Estoy hasta el moño de subir cuestas, se asienta en lo alto de un repecho terrible. Porque en este pueblo, más que caminar se escala. Otro recoveco y aparecen Dolo Navas y Miquel García, en un taller lleno de botellas. No es que beban: Dolo va a recubrir una pelota de plástico con botellas cortadas por la mitad. El resultado, una especie de asterisco tridimensional. Y tapizará, también con medias botellas, una colchoneta de playa. Miquel es joyero y emplea materiales de desecho para fabricar anillos y colgantes. Va cortando las botellas mientras Dolo las agujerea. Siete artistas más andan desperdigados por el pueblo, rodeados de vecinos curiosos. Está Sonia Espejo, muy joven y muy cansada a estas horas. Fabrica unas piezas de madera que, una vez ensambladas y enfrentadas, construirán una especie de ventana profunda que dejará ver el paisaje del fondo. También están, en el taller de cerámica, Sofía Ostos y Rafael Ocaña, que preparan un mural, y Manuela Jurado, que hace una escultura suave y sinuosa. Es un sitio sobrio y silencioso, excepto cuando se llena de niños que moldean pollitos y otras piezas inexplicables. Fuera, mirando a las montañas, Juan José Sebastián, de Segovia, levanta una escultura de hormigón, un árbol "medio olmo, medio alcornoque". Y enfrente se ve la obra de Iraida Cano, enormes caracoles marinos pintados sobre el muro, jugando con las irregularidades de la piedra. ¿Cómo reacciona la gente del pueblo ante semejante sobredosis de arte? Los mayores miran con aire de sospecha, pero cuando ven cómo los artistas sudan y se parten el pecho, concluyen que "todo lo que sea hacer y levantar, es bueno". Los jóvenes, como Toñi Romero, de 22 años, lo encuentran "muy interesante, porque así aprendemos a hacer cosas nuevas, y además viene gente de fuera". Los niños, entre tanto, culebrean alrededor de los artistas con los ojos bien abiertos.
Interiores
El IV Encuentro de Arte no se queda en la calle: también pasa al interior. Está previsto que algunas de las piezas, las que soporten peor la intemperie, se resguarden en una antigua almazara que está restaurándose. Entre tanto, se guardan en las dependencias municipales. Y justo debajo, en una sala de uso múltiple, están las tres Exposiciones Paralelas, que mejor merecerían llamarse Superpuestas. Obras de dos de las muestras aparecen amistosamente mezcladas en las paredes; "los tesoros de nuestras casas", objetos de valor entre etnográfico y sentimental, conviven con la pintura naïf de María Teresa Antolín.
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