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CUENTOS DE VERANO Los nuevos alquimistas (II)

(Resumen de lo publicado: El muy osado Alejandrín, también llamado Anhnáss -Anhelante Nacionalista del Sufrido Sur-, adquiere el grado de neófito en el templo de la Magna Tarea, morada secreta del bosque donde trajinan los últimos transustanciadores. Por todo recibimiento, un severo pescozón. Y la advertencia de que allí sólo preguntan los del grado máximo, los Artífices. Una decrépita escalera de caracol le hace sentir la angustiosa distancia que le separa de Ellos, y una escalofriante consigna -¡Gora la Nació e a libertade!- lo mucho que aún debe sufrir y meditar). -Dinos: -retumbó por todo lo alto la voz campanuda del vascuence- ¿No eres tú el mismo que urdió una torpe maquinación con los españolistas, allá por el 80, para desviar a los andalusíes del recto camino de su liberación nacional? Ni un terremoto hubiera causado mayor estrago en el equilibrio del azorado Alejandrín, el cual, buscando asidero, se agarró a la precaria barandilla de la escalera. Allí fueron las zozobras y los tembleques, transmitidos a todo el viejo caserón. -¡Suelta, Alex, suelta! -le conminó desde las lóbregas alturas otra voz, de inconfundible acento catalán- Ya has de tener confianza en tí mismo, hombre, y no arruinarnos el tinglado. Haciendo acopio de serenidad, el temerario andalucista se recompuso un tanto. La idea fija que llevaba en la cabeza -averiguar los métodos que convertirían su calderilla electoral en oro de alta ley, con que gobernar el Estado- aún era pronto para expresarla. Se limitó a dar un hondo suspiro, que vino a significar el reconocimiento de sus culpas. -No te preocupes, hombre -le animó una tercera voz, de marcado acento gallego- Todos tenemos o noso pecadiño original. Sin ir más lejos, yo mismo, marxista y todo, ando aquí enredado con estos dos. Ya vez. -Yo también fui marxista- esgrimió, tímidamente, el sureño. -Tú no te lo compliques más- le aconsejó el catalán. -Dejaos de monsergas. -interrumpió el irritable vascongado- Y que el neófito conteste, sin vacilaciones: ¿Qué está antes la solidaridad o la Nación? -Puesss..., ¡ay!- Un soberano capón, de aquella mano invisible, le cortó los titubeos. -¿Cuál es el último objetivo: Federalismo o Confederación? -Fede..., ¡ay!- Otra manopla le arreó en el occipucio, sin miramiento alguno. -¿Qué vale más, la paz o la Independencia? Nuestro héroe ya se protegía el cráneo con entrambos brazos. -Ascolta, Javi -medió una vez más el pragmático-, me parece que te estás pasando una mica. Esas cosas no se han de decir. Ni pensar, casi. Se hacen y basta. -Está bien. Pero muy verde me parece a mí que está éste. De momento que vaya escribiendo una plana: ¡La Nación es el oro de los pueblos! Mil veces y en castellano vil. (Continuará).

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