Esplendidez
También puede decirse liberalidad, aunque son vocablos que parecen caídos en desuso, camp, pintorescos y prácticamente desconocidos. Sin embargo, hay más gente de lo imaginable a quienes puede aplicárseles. Quieren decir cosa parecida a generosidad y desprendimiento. Alguien sugirió que es la condición de dar y distribuir generosamente, propia del que nada tiene. Lo considero virtud o calidad beneficiosa en quienes la prodigan, aunque tal calificación precisa que no se ejercite condicionalmente. Quien sea dadivoso y desprendido invierte en el futuro, próximo o lejano.Cavilaba sobre ello el otro día, tras un magnífico almuerzo compartido con mi amigo Antonio Olano. Salíamos ambos de nuestro trabajo en la SER y porfió para que lo hiciéramos en un pequeño restaurante, sito en el comienzo de la calle de San Bernardo, cercana de la emisora. Olano ejerce de gallego y su inclinación le lleva a lugares que tengan algo que ver con la tierra materna -su apellido es vascon-gado- y el nombre corresponde a una ciudad de por allá arriba: Sarria, con el acento en la primera sílaba. La modesta casa de comidas alberga fogones exquisitos, lo que no suele ser frecuente; las sorpresas son cada vez más raras. Altos techos, ventiladores bienvenidos, que remueven y desplazan el denso aire madrileño de estas fechas, y mesas cuadradas que se pueden juntar a voluntad.
No voy a hacer una relación de lo que manducamos, una de las ocasiones en que más gusto recibió mi paladar, sin haber decidido ni encargado el menú previo. Quiero decir que el dueño -era, sin duda, el propietario-, de talante poco expresivo, se propuso acortar las dudas ante la oferta colocando ante nosotros, sucesivamente, una variada nómina de platos recién cocinados. Sólo entremeses, tan exquisitos que anularon por completo cualquier posible intento de protesta por parte del alto colesterol, recién denunciado.
La clientela era campechana, posiblemente asidua. Al llegar nosotros, se marchaba ese señor que hay en todas partes, de hábitos tempraneros, no se sabe si por costumbres adquiridas en el extranjero o porque le da la gana.
En la mesa de enfrente, una señora despampanante departía con su compañero, con aire de galán maduro, y se dedicaban discretos arrumacos, con el pudor que se tuvo en los viejos tiempos.
Tres caballeros y una dama estaban enfrascados en una conversación que tenía toda la pinta de versar sobre las inevitables vacaciones, o quizá hablaban pestes del jefe o de colegas ausentes, ¡qué sé yo!
En otro lugar eran cinco compadres armando la aceptable bulla que forma un grupo de españoles, estén donde estén y traten de lo que sea.
Nos acompaña una botella de tinto que, examinada la etiqueta, resultó ser un excelente tinto de Valdepeñas, competidor honroso de cualquier rioja de más que aceptable calidad, aroma y gustosa suavidad.
Se acercaron unos conocidos de mi anfitrión, gente de la farándula o sus aledaños, que suele ser versada en la buena mesa, al menos la muy variada que este tipo de profesiones trashumantes les brinda.
Concluido el ágape hubo, sin que apenas me diera cuenta, un breve conciliábulo entre el convidante y el lacónico patrón, que, poco antes, esperaba la formalización del festín.
Mi capacidad, al menos, estaba harta y Olano acomodó el habitual buen apetito a despachar un postre, absolutamente desaconsejado por su médico. Concluimos la ceremonia rechazando la propuesta castiza del café y la copa.
Solicitó, discretamente, mi opinión acerca del lugar y el contenido y calidad de los platos despachados. "Estupendo. De primera", dije con sinceridad. "¿Y cuánto crees, más o menos, que ha costado?". Venteando el acertijo, repuse al azar: "Pues, tirando por lo alto, nada". "Acertaste".
La esplendidez y liberalidad del mesonero estuvo por encima incluso de la sabrosura de los manjares. ¿Se imaginan ustedes que ocurra esto en alguna de las sucursales de comida rápida o en cualquier reputado restaurante estrellado que pertenezca a una sociedad anónima? El espléndido agasajo era en mérito a mi compañero, pero el discreto gesto munificente resultaba impagable. Volveré cuantas veces pueda, naturalmente a espaldas del especialista en mi aparato digestivo.
Hay cosas, como ésta, de mayor entidad.
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