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No sólo el Guggenheim

Fotografiando a Puppy, que se ve precioso con su nueva piel de floridos pliegues multicolores y su naricilla violeta, estaba el otro día un grupo de holandeses que iba en dirección a la Expo de Lisboa y había decidido hacer escala en Bilbao. Me pidieron que les hiciese una foto con el perrito y el museo Guggenheim al fondo. Después les pregunté qué opinaban de Bilbao. "Acabamos de llegar", me confesaron, "tenemos la furgoneta aquí al lado, pero, por lo que hemos visto, Bilbao tiene el aspecto de ser una ciudad complicada". Les insté a que especificasen su apreciación. "El Guggenheim nos ha gustado mucho", dijeron, "pero la ciudad nos ha parecido arquitectónicamente constreñida, mortalmente polucionada, fluvialmente mucosa". "Bueno, eso forma parte del encanto de Bilbao", opiné yo, "Bilbao es una ciudad que basa su atractivo en una amalgama de factores, no siempre bonitos en el sentido literal de la palabra. En muchos aspectos, Bilbao es una Ciudad Futurista", concluí, refiriéndome a la corriente artística que ensalzaba la supremacía de la tecnología, la velocidad, el dinamismo, la acción, la violencia estética, y que rompía con las formas de representación habituales y el "buen gusto" establecido. Me quedé tan ancho. Después intenté imaginar el agosto bilbaino, preguntándome si íbamos a hacer el agosto de verdad. A pesar de que la cercana Expo de Lisboa puede favorecernos enormemente, a pesar del esfuerzo llevado a cabo en materia publicitaria, elaborar una estadística sobre la afluencia turística hacia Bilbao en agosto sería, a todas luces, futurología o adivinación. Una tarea más para Aramís Fuster. Evoqué un Bilbao post-nuclear, vacío totalmente de bilbainos pero recorrido por unos pocos grupos aislados de guiris pululando por las calles, hambrientos y sedientos, quemados por el sol, preguntándose dónde estaba la materia prima vasca: la gente. ¿Sería acaso éste el futuro que aguardaba a la muy noble villa botxera en el mes de agosto? La vena patria se me hinchó en el cuello y, bajo la mirada de Puppy, les dije a los holandeses errantes: "Del 17 al 23 de agosto es la Semana Grande en Bilbao. Habrá teatro, corridas, fuegos artificiales, deportes, conciertos, gastronomía... un programa con más de 300 actividades gratuitas. Pero no tenéis que esperar a las fiestas, en Bilbao hay ahora empresas que ofrecen un tour potero, gastronómico y nocturno en inglés, alemán, francés, italiano y japonés. Lo mejor de Bilbao es su gente, el bilbaino es abierto, generoso y festivo. Pero tened en cuenta que Euskadi no es sólo el Guggenheim, ni esta ciudad. Tened en cuenta tantos otros parajes bellísimos. Para qué hablaros de La Bella Easo, de Vitoria capital, del árbol de Guernica, para qué hablaros del surf que se practica en algunas de las hermosísimas playas, para qué hablaros de las reservas naturales y de los valles boscosos, para qué hablaros de tantos pintorescos pueblos interiores o costeros, para qué hablaros del multicolor y riquísimo folklore, para qué hablaros de la tortilla de bacalao y los chuletones en la sidrería, para qué hablaros de la luna vasca rielando sobre el Cantábrico en calma". Aquí tuve que hacer una pausa y tomar aire para continuar: "¿Sabéis por qué la ría tiene este color? Es la herrumbre de tantas monedas extranjeras lanzadas a sus aguas por viajeros que formularon su deseo de volver". Tras esta genuina bilbainada, los holandeses se acercaron a la ribera, sacaron unos florines de sus bolsillos y los lanzaron al agua por encima de sus hombros. Yo vi girar las monedas en el aire con un destello plateado, y hundirse en las sucias, pero orgullosas aguas, con suavidad. Y formulé mi deseo: "Divertíos en Euskadi, no solamente en el Guggenheim".

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