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Estalla el arte en Nueva York

Un verano exquisito con Bonnard, Rodchenko, Burne-Jones, Hammershoi o Andrew Wyeth

José Andrés Rojo

¿Hacia atrás o hacia delante? Una pregunta retórica que se repite hasta la saciedad, y que revela cuán variados y diferentes son los puntos de vista, las técnicas, las obsesiones y los estilos que los artistas de ayer y de hoy ponen en marcha para dar cuenta del mundo y de su mundo. Nueva York en verano es un excelente laboratorio para medirle la temperatura a ese paciente, el arte, al que algunos dan por muerto, al que otros achacan una enfermedad irreversible, y al que los de más allá encuentran rebosante de vitalidad. Las complicaciones del presente invitan en muchas de las muestras a revisitar el pasado, reciente y no tan reciente, de grandes artistas como el prerrafaelista Edward Burne-Jones, Pierre Bonnard, Yayoi Kusama o Alexandr Rodchenko.

Por lo pronto está Pierre Bonnard (1867-1947), y una hipótesis provocadora: que hay que ir más allá de lo que el cuadro ofrece a primera vista. En una ambiciosa muestra que reúne alrededor de ochenta cuadros, el MOMA propone hasta el 13 de octubre un apasionante recorrido por la obra de un artista que fue saludado en su primera exposición en este mismo museo, en 1948, como alguien que proponía "imágenes amables". Dividida en ocho secciones -paisajes, naturalezas muertas, bañistas o autorretratos, entre otros aspectos-, el Bonnard que regresa este final de milenio ya no es un simple continuador de los impresionistas, sino un hombre obsesivo que pretende desencadenar una tempestad en el ánimo de quien lo frecuenta, gracias a minúsculos cambios de color, a las actitudes de las figuras que pinta o a las puestas en escena de las mismas. En el mismo museo y hasta el 6 de octubre, uno de los paradigmas de la vanguardia: Alexandr Rodchenko (1891-1956). Lo que descubre esta ambiciosa antología son las furibundas maneras que exhibe alguien empeñado en volver a mirar de nuevo el mundo, reiventándolo.

Bello sueño romántico

En el Metropolitan, y hasta el 6 de septiembre, el viaje hacia atrás es más largo. "Para mí, cada obra es un bello sueño romántico de algo que no ha pasado, ni va a pasar; en un ámbito que nadie puede definir, ni recordar, sólo desear". Palabras de Edward Burne-Jones (1833-1898), que fue próximo a las ideas estéticas de John Ruskin, que fue amigo de Dante Gabriel Rossetti, que trabajó en estrecho contacto con William Morris y que es uno de los grandes representantes de los llamados prerrafaelistas. Unas 170 obras reconstruyen los variados géneros que practicó (pinturas, grabados, tapices, cerámica, joyas, ilustraciones para libros, etcétera) y su querencia por las viejas leyendas, historias que volvió a soñar a con sus lánguidas figuras tocadas por la magia del mundo medieval y renacentista.Pero igual que en su tiempo Burne-Jones miraba hacia atrás, también Nueva York convoca ahora un cúmulo de muestras que invitan a la nostalgia. La nostalgia de Vilhelm Hammershoi (1864-1916), en una selección de la gran antológica del artista danés que se exhibió en París hace poco y que se puede visitar en el Guggenheim hasta el 7 de septiembre, por los espacios íntimos, saturados de grises y en los que las figuras humanas parecen adquirir consistencia de objetos. O la nostalgia que desencadena el trabajo de los fotógrafos que reune el International Center of Photography hasta el 13 de septiembre, que subraya esa querencia por reflejar las cosas tal como son, ni más ni menos. Ahí esta la galería de personajes que fotografió August Sander (1876-1974); los estudios botánicos de Karl Blossfeldt (1865-1932); las sobrias instantáneas de los construcciones que fotografió Albert Renger-Patzsch (1897-1966); o el obsesivo inventario de los edificios industriales del que se vienen ocupando desde hace tiempo Bernd y Hilla Becher. En cuanto se visita la exposición que rinde homenaje a los cien años del nacimiento de Peggy Guggenheim, hasta el 12 de septiembre en el Solomon R. Guggenheim Museum, lo que se empieza a echar de menos en los tiempos que corren es el desenfado, la coquetería y la generosidad con que aquella señora multimillonaria se embarcó en el tren de los artistas. Marcel Duchamp, Cocteau, Tanguy, Max Ernst (con quien estuvo casada), Jackson Pollock... son sólo algunos de los caballeros con los que trató, y a los que compró obras y a quienes alentó en su trabajo. También hay nostalgia en los paisajes de Andrew Wyeth que reúne el Whitney hasta el 30 de agosto. Sus paisajes, que evocan los amplios horizontes sin fin de Maine, pretenden recuperar una dimensión perdida de su trabajo, acaso oculta por el éxito de su cuadro Christina"s World. Hay también una cierta nostalgia en The Art of the Motorcycle, que ocupa los pasillos helicoidales del Guggenheim de Frank Lloyd Wright. Y hay nostalgia en las instalaciones y las performances de la japonesa Yayoi Kusama, una artista que desembarcó en los sesenta llena de sentido del humor, con un repertorio de travesuras que contagian ahora de alegría y frescura las salas que le dedica el MOMA hasta el 22 de septiembre. Una excelente oportunidad para conocer lo que fueron esas propuestas cuando aún no se habían convertido en el plúmbeo ejercicio ininteligible de artistas narcisistas.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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