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Rusia y sus gobernantes

Debía ser un acto de reconciliación nacional, un paso histórico que preparara el camino a la madurez política y social después, de sesenta años de oscuridad. Ésa era, nada más, ni nada menos, la esperanza que los máximos responsables del Estado y de la Iglesia habían intentado despertar en sus súbditos y creyentes. Pero también a la que se ha dado en llamar nueva Rusia le resulta difícil sal dar cuentas con su pasado imperial y comunista, aprender algo de una historia que tan a menudo ha sido dolorosa. El entierro, el pasado viernes, en la catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo, de los restos del zar Nicolás II y de su familia, asesinada con él hace ocho décadas, se ha distinguido por la ausencia del jerarca supremo de la Iglesia ortodoxa rusa, el patriarca Alejo II. Alejo II ha aducido para disculpar su ausencia evanescentes dudas sobre la utilidad y conveniencia de su presencia en el entierro de un zar que, como ningún otro, se distinguió por su devoción a esa Iglesia. (...)

El propio Borís Yeltsin, que al principio compartía la actitud de Alejo II, ha cambiado de opinión en el último minuto, asistiendo al acto y distanciándose del líder eclesiástico. De ese modo ha evitado que un acontecimiento histórico se convierta en una absurda farsa teatral. (...) Un Gobierno débil con un jefe de Estado que se tambalea, intrigas bizantinas en las que se mezcla la Iglesia... el Moscú de 1998 no parece tan distinto del San Petersburgo de 1916.

17 de julio

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