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Despedida, oración y cierre

El oficiante pronuncia desde el balcón consistorial emocionadas palabras de condolencia; se entona con mucho sentimiento el salmo responsorial conocido como "Pobre de mí"; miles de velas son encendidas por las almas atribuladas de todos nosotros; pero la impenitente desbandada, de riguroso blanco, se resiste al luto. El oficiante añade palabras consoladoras: "¡Ya falta menos para el glorioso San Fermín!". Dicho eso, empieza la cuenta atrás: "Uno de enero, dos de febrero...". La luz de las velas da al mocerío un aire espectral de pálidos vampiros, pero Drácula y todos su secuaces se muestran renuentes a volver al ataúd. Los rayos mortíferos del alba herirán a muchos como una lluvia traidora de astillas clavadas en el corazón. Un reguero de draculillas dormirá a la mañana el sueño de los justos en los parterres. Si no amaneciera... Pero amanece. ¿Y ahora qué?. Ahora Flex. Metidos en oficios religiosos, y hallándonos en tierra de larga tradición jesuítica, hagamos, hermanos, examen de conciencia (el propósito de la enmienda está negado ab initio: "¡Ya falta menos!"). ¿Qué somos, de dónde venimos, adónde vamos?. Somos incombustibles, venimos del Ayuntamiento y vamos hacia el fin de la noche. ¿Qué son, de dónde vienen, qué sentido tienen los Sanfermines?. Son lo que hay, unas fiestas incombustibles; vienen de tan lejos como usted guste o de tan cerca como tantas congregaciones masivas de la sociedad postindustrial; tienen el sentido que más rabia le dé, de la metafísica (de la inmanencia de las esencias) a la patafísica (a correrse un juerga o un encierro, haciendo con más o menos gracia el "pata"); adónde van no lo sabemos, porque esta noche no hemos traído la bola de cristal, ¿o sí la traemos?. Veo que tú me gustas mucho. Vente para acá, niña, y mira. ¡Mira que mordisquito más rico te voy a dar en la yugular!.

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