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Tribuna
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Foros

Enrique Gil Calvo

El primer aniversario de Ermua ha despertado múltiples conmemoraciones cuyo denominador común es la nostalgia, pues casi todos los observadores constatan que el espíritu de Ermua ha muerto y lo lamentan con resentimiento, acusando a tirios y troyanos de haber destruido su memoria por puro interés electoral. Pues bien, es cierto, pero resulta imprescindible no meter a todos en el mismo saco. Es verdad que populares y socialistas han exhibido un patente oportunismo, contribuyendo así a realimentar la confusión general. Pero quien ha hecho todo lo posible por desnaturalizar la memoria de aquellos tres días de julio, tratando de contrarrestar sus efectos políticos hasta invertir su signo, ha sido el nacionalismo democrático.La principal reacción de respuesta del PNV al espíritu de Ermua ha sido la sustitución del inicial aislamiento de HB por una nueva reanudación del diálogo. Lo cual ha supuesto un cambio de mesas: de la de Ajuria Enea, donde se sentaban unidos todos los demócratas (a fin de evitar las escenificaciones electoralistas de sus diferencias, pactando por consenso una política antiterrorista común) a la de Estella: el foro de debate entre el PNV y HB donde se escenifican las buenas intenciones pacificadoras de que hacen gala electoral tanto los nacionalistas moderados como los asesinos nazis.

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Después se ha buscado, como denuncia el alcalde de Ermua, la desmovilización de la sociedad civil vasca, a la que se ha impuesto con la excusa del diálogo una política de contactos clandestinos entre presuntas organizaciones no gubernamentales (pero dependientes de muy concretos poderes no precisamente civiles), que andan negociando no se sabe qué a espaldas de los ciudadanos. Al parecer, la paz no es asunto civil, sino monopolio de vanguardias iluminadas y élites paternalistas que la negocian sin rendir cuentas. Por eso la calle ya no es del pueblo como hace justo un año, sino de los facciosos que la expropian ante la inhibición de las autoridades.

Y, por último, se ha logrado crear a favor de la corriente un demagógico clima de opinión proclive al diálogo incondicional. Según las encuestas, la mayoría de los vascos son partidarios de comprar la paz traficando con el brazo político de ETA. Como es lógico, aquí existe un sesgo capcioso, pues, por ejemplo, a la pregunta de si se podría aceptar la pena de muerte como único remedio contra el terrorismo una proporción apreciable de españoles respondería que sí. De este modo se ha impuesto una espiral del silencio (según define Noelle-Neumann la creación de climas de opinión) que induce a muchos vascos a aceptar como artículo de fe la retórica del diálogo. Lo cual habrá de tener evidentes consecuencias electorales, reforzando la campaña de asesinatos que intenta provocar la abstención del voto popular.

¿No queda, por tanto, lugar para la esperanza? Dada la falta de libertad y de limpieza de los comicios del 25 de octubre, ya no cabe esperar un vuelco electoral como habría sucedido de haberse celebrado hace un año bajo el signo del espíritu de Ermua. Pero, aunque haya una reedición del mapa hoy vigente, cabe confiar en que ya nada será igual. Después de la ruptura del tripartito vasco, se tiene derecho a esperar que, tras las elecciones, ni socialistas ni populares aceptarán contribuir a la gobernabilidad sin antes condicionarla al consenso antiterrorista. Sólo así podrá impedirse que el PNV mantenga su doble juego arbitral de gobernar con los demócratas y dialogar con los terroristas que tan pingües réditos electorales le suministra.

Porque, además, la sociedad civil vasca no puede seguir tolerando más tiempo su exclusión de la cosa pública como hasta ahora. Existen indicios, como el proporcionado por el Foro de Ermua (y su paralelo en Cataluña, el Foro Babel), que demuestran una incipiente emancipación ciudadana, capaz de sacudirse de encima la tutela del paternalismo nacionalista. Y, si esto fuera a más, como parece, la ejecución de Miguel Ángel Blanco no habría ocurrido en balde.

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