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FERIA DE SAN FERMÍN

A bajonazos

Los tres espadas la emprendieron a bajonazos. Cinco de los seis toros murieron víctimas de alevosos bajonazos. Lo que no fue impedimento para que se cortaran orejas y a los matarifes les aclamaran la fechoría. Los mozos de las peñas, en cuanto vieron que Pepín Liria navajeaba al quinto de la tarde, le corearon "¡Pepín, Pepín!", que en la moderna liturgia taurina equivale al Hossana, al Aleluya y al Gloria in excelsis Deo.Sólo hubo una estocada en su sitio y la cobró también Pepín, Pepín. Y le valió asimismo una oreja. De manera que por dónde se mataran los toros daba igual. El caso era que murieran pronto y se pudiese justificar la oreja, principio y fin de todas las cosas.

Quizá no resulte exacta la deducción, sobre todo en Pamplona, donde las prioridades son bastante discutibles. ¿Qué es primero, cantar La chica ye-yé o echarle por el cogote una garrafa de tinto al mozo de delante? ¿Entablar debate con el tendido de al lado a ver quién grita más alto lo de "Hola Don Pepito, hola Don José", o abroncar a un peón que plantó una banderilla culera? ¿Degustar los exquisitos bocadillos de tortillica y magras que prepara Elu o el delicioso bonito con pimientos que trae Villanueva?

Cebada / Jesulín, Liria, Puerto

Toros de José Cebada Gago, tres primeros chicos, flojos y aborregados -3º inválido-; tres restantes con trapío, flojos, 4º pastueño, 5º y 6º con genio.Jesulín de Ubrique: bajonazo descarado, rueda de peones y descabello (silencio); pinchazo - aviso -, bajonazo trasero descarado y descabello (ovación y salida al tercio). Pepín Liria: estocada (oreja) ; bajonazo (oreja); salió a hombros por la puerta grande. Víctor Puerto: bajonazo descarado (silencio) ; bajonazo (oreja). Plaza de Pamplona, 10 de julio. 6ª corrida de feria. Lleno.

¿Qué es primero, el Vals de Astrain o Paquito el Chocolatero? ¿Pegar el torero mantazos de rodillas como si se hubiera vuelto orate o parar, templar y mandar las embestidas de un encastado burel? ¿Brindar toreramente al público o saludar con frenéticos monterazos a las peñas en plan agitador de masas? ¿Marcar los tiempos del volapié apuntando a la yema, así se pinche, o hincarle al toro una infamante cuchillada que le ase las entrañas?

No hay respuesta. En Pamplona, depende, y cualquier cosa vale siempre que reafirme los aires triunfales de la fiesta. Los toreros lo saben y muchos de ellos, antes que torear, prefieren darle gusto a la galería.

No fue el caso de Jesulín de Ubrique, que iba a lo suyo, y si bien al primer toro le hizo mal toreo, al cuarto, de sensacional nobleza, le corrió la mano, le templó los pases, se los ligó -aunque con el fallo de dejar la pierna contraria retrasada- y al lado de lo que practicaron sus colegas parecía un remanso de paz, un mágico fluir del arte táurico. La vida es una permanente sorpresa.

Pepín Liria, doblemente orejeado y continuamente aclamado, le administró al aborregado torillo que compareció segundo una espesa ración de pases destemplados, adocenados y plúmbeos, previos a la rara estocada que mató por el hoyo de las agujas.

El tercero estaba tan inválido que no se podía torear. Le bajaba la mano Víctor Puerto y caía redondo. Un espectador preguntaba: "¿Qué le pasa?" y respondía el experto: "Es el estrés". Corren estas sesudas especificaciones. Las modernas tendencias exigen explicar las caídas de los toros a través de la psiquiatría. Todo viene de que estos sabios se han creído las películas de Walt Disney, y dan por cierto que los toros les dicen madrigales a las vaquitas tetudas a la orilla de un lago, y sufren juntos cuando llega el momento de pagar a Hacienda.

El quinto toro no daba la impresión de padecer estrés, y pues sacó genio, el estrés lo debía de sufrir ahora Pepín Liria, que libró achuchones, muleteó con precipitado ardor y no logró dominar al toro hasta que lo fulminó de un vengativo bajonazo.

Los dos últimos toros de Cebada, serios y de casta agresiva, nada habían tenido que ver con los primeros, aborregados e inválidos. Cual si procedieran de distinta reata. El sexto dio guerra si bien Víctor Puerto lo cambió en el platillo por la espalda, le pegó derechazos incluso de rodillas, no faltaron los molinetes, bulló , reventó al toro de un sartenazo, y el enardecido graderío le recompensó con una oreja peluda. A continuación los mozos se llevaron a hombros a Pepín Liria, coreándole primero ¡Pepín, Pepín! -que eran aleluyas- , luego "De la moto, de la moto tírate, y a la rubia también", que son salmos.

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