Un novio de alquiler

A pesar de que su mejor película sigue siendo El río que nos lleva (1989), la irregular adaptación de la novela homónima de José Luis Sampedro, el director Antonio del Real parece haberse especializado en la comedia. Tal como prueba que ocho de las nueve películas que ha dirigido en los últimos 17 años son de este género, difícil y poco valorado.

A pesar de que a lo largo de estos años ha aprendido mucho, que hay una diferencia abismal entre su primera película, El poderoso influjo de la luna (1981), y la recién estrenada Cha-cha-chá (1998), todavía le queda mucho camino para convertirse en uno los grandes del género, aunque el avance es mucho mayor desde que a en los años noventa comienza a dirigir con regularidad.

Tercera película escrita por el también director Fernando León y Carlos Asorey para Antonio del Real, las otras dos son Los hombres siempre mienten (1994) y Loco corazón (1997), Cha-cha-chá es una tan interesante como desigual mezcla de los ingredientes de la comedia de equívocos y la comedia romántica.

Mientras los equívocos son un tanto repetitivos e incluso exagerados, por ejemplo en lo concerniente al personaje de Gabino Diego, funciona mejor como comedia romántica. En buena medida gracias al trabajo de Ana Álvarez, muy bien fotografiada por Juan Amorós, entre Jorge Sanz y Eduardo Noriega, y también a conseguidas escenas, como la que el personaje de Ana Álvarez enseña cómo se hace el amor al de Eduardo Noriega.

Tiene un buen principio y un mejor final la historia de las amigas desde niñas, que han compartido más de un novio, pero aparece alguien que le gusta demasiado a una de ellas y alquila los servicios de un modelo profesional para que enamore a la otra y quedarse con él para ella sola. Sin embargo, la parte intermedia resulta un poco repetitiva, a pesar de los esfuerzos de guionistas, actores y director para que no lo sea.

Llena de referencias culturales, desde los directores Andrei Tarkovski y Akira Kurosawa hasta los escritores Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, etcétera, hay también una escena en la sede madrileña de Filmoteca Española y otra en que el pintor Eduardo Úrculo hace de sí mismo en la inauguración de una de sus exposiciones. La película se estrena en pleno verano con la intención de volver a arrastrar al cine a unos espectadores que habían desertado para ver partidos de fútbol por televisión.