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Euskadi se escribe con "s"

Hay veces en que un hecho adquiere sentido sólo retrospectivamente. Es lo que puede ocurrir con el proceso que durante la semana ha protagonizado el PSE-EE y que ha culminado con su salida del gobierno tripartito. A pesar del griterío organizado (el jueves salía Xabier Arzallus clamando contra un "frente españolista" que se estaría impulsando desde Madrid; aserto en el que, por cierto, le secundaba HB), a pesar del griterío, decía, el PNV ha debido advertir que, contra lo que creía, Euskadi se escribe con "s". Ni Euzkadi, ni Euskal Herria ni Vasconia; Euskadi a secas, tal como reza el Estatuto. Cuando más instalado se sentía en la fantasía de su Euzkadi -así, con la "z" sabiniana-, el PNV se ha dado de bruces con la cruda realidad de los votos: después de todo en las autonómicas no dispuso sino de un 29% del sufragio, y en las generales de 1996, no llegó al 24%. Teniendo en cuenta los equilibrios que debe hacer el gobierno del PP en Madrid con un 39% de los votos, negociando cada proposición de ley con CiU, resulta asombroso el modo arbitrario y abusivo con que el PNV ha administrado su exigua minoría en el gobierno vasco (sólo explicable por su afán hegemónico establecido con la aquiescencia del resto, y por el déficit democrático que la presencia de ETA introduce en el sistema). En efecto, hoy podemos decir que el rey está desnudo. Y tratando de taparse sus vergüenzas con el manto de la responsabilidad, ha resuelto no cumplir su amenaza de extender la crisis a diputaciones y ayuntamientos. Estos han sido los hechos, que una vez consumados adquieren vida propia, su propio sentido. Otra cosa son las formas, innecesariamente sinuosas, que adoptó la iniciativa de los socialistas. Toda iniciativa debe estar guiada por una perspectiva definida hacia un fin preconcebido. Y en política todo ello debe ser debidamente expuesto ante el electorado. No ha ocurrido esto en el caso de los socialistas que, por las fechas elegidas y el proceso seguido, han dado al acto una clara apariencia de especulación electoralista (cuando, probablemente, no haya sido ésa su principal preocupación). Y, dada la trascendencia del hecho, entiendo que debían haber hecho gala de un mayor grado de acuerdo interno, explicando claramente sus propósitos -que rompían con una larga trayectoria del socialismo vasco complaciente con el PNV-, y, finalmente, haber elevado el debate parlamentario del mero reglamentismo y de la apelación a viejos pactos para exponer con desenvoltura el nuevo escenario político que aspiraban alcanzar de no aceptar el PNV sus exigencias de acatamiento constitucional y lealtad en las alianzas. A pesar de ello, en política importan también los gestos audaces, y el gesto del abandonar el gobierno, aunque tarde, ha tenido la virtualidad de colocar al nacionalismo ante sus propias limitaciones. En esta situación el partido de Arzallus tiene dos opciones: radicalizar su discurso e ir hacia un frente de unidad nacionalista con pactos que alcanzarían a HB, o bien, desarrollar un discurso más cordial y moderno (el que hoy representa el candidato Ibarretxe) con la mirada puesta en Europa. Dada la centralidad del electorado vasco, similar al de su entorno europeo, es previsible que el PNV se vea obligado, a salir en parte de su ambigüedad y apostar por la segunda opción. Eso o ir perdiendo electorado a favor de otras formaciones. Hay quien de esta circunstancia espera una "clarificación" del panorama de los partidos vascos (en el sentido de que cada cual exponga su programa a largo plazo; que aflore el irredentismo del PNV). Por mi parte confío antes -aunque uno es más bien escéptico en lo que a partidos toca- que se produzca un razonable efecto catártico. Que se distribuya razonablemente el poder, que se haga política activa en los frentes que hoy se hace en Europa, que se renueven los Pactos de Ajuria. Que seamos de una vez una Euskadi con "s" de estatuto. Ahí es nada.

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