Un viaje demasiado inmóvil
El documento cinematográfico itinerante, que pretende cazar el hilo movil de los lugares y los acontecimientos que dibujan sobre una pantalla el trazado de un viaje, sea éste del tipo que sea, tiene reglas de juego, como cualquier otro trabajo genérico codificado, pero hay en él una articulación específica tan inesquivable, que si no la contiene se vacía. Es la articulación de la dinámica del viaje, la vivencia del camino en cuanto tal, la sensación física (irradiada por la pantalla) de traslación, el itinerario no sólo en cuanto trazado sino en cuanto movimiento. Wild man blues quiere contar la gira europea de la banda en que el cineasta neoyorquino Woody Allen hace (desde hace muchos años, todos los miércoles en un local de Manhattan) pinitos de aficionado al jazz de Nueva Orleans con su clarinete. Dije que la película quiere contar, pero en realidad no me atrevo a decir que logre hacerlo: cuenta otra cosa, intentando contar esta. La experta y muy ágil cámara de Tom Hurwitz, capaz de atrapar un rostro iluminado por una cerilla, dirigida por Barbara Kopple (una veterana documentalista de la televisión estadounidense, que ha sido varias veces premiada por su gremio), derrocha su agilidad sobre las detenciones de este camino, pero no llega nunca a darnos auténticas imágenes del caminar.En la pantalla saltamos de un local de conciertos de Nueva York a otro de París, de este a otro de Madrid, y luego a otro de Milán, de Venecia, de Roma. Es igual: por mucho que saltemos de nombre de ciudad a nombre de ciudad, de hotel a hotel, de paisaje a paisaje y de teatro a teatro, esa cámara nunca logra salir de donde partió, de Manhattan, porque no consigue movernos sobre ninguna sensación de traslado de un ámbito a otro, de una estancia a otra y de una escena a otra. Las ávidas miradas de Hurwitz y Kopple hurgan inmóviles en la quietud de los lugares de detención, y así fatalmente nos ofrecen un único (por muchos que en la realidad fueran) concierto, en el que se intercalan, como lonchas de chorizo en un bocadillo, baños de multitud y ocurrencias más o menos chistosas de Allen, réplicas y sonrisas de su joven mujer y protocolarias tacadas de observaciones de la gente de su entorno, además de morcillas de algunos intrusos, todo ello fingido (siempre se finge, cuando se sabe que le están filmando a uno) en rincones cadavéricos de los lugares de actuación del grupo. Los que deseen curiosear en las (no sé si abundantes o escasas,pero evidentemente monótonas) habilidades del gran cineasta con el clarinete, creo que no deben perderse Wild man blues; quienes busquen alguna fachada amable de su, al nacer estruendoso y ahora ya serenado, matrimonio con la que fue su hijastra, que hagan cola ante Wild man blues; aquellos que sientan que su conocimiento del célebre artista ganará viendo sus comportamientos espontáneos ante la cámara o conociendo a su nonagenaria y vivísma madre, que acudan sin falta a ver Old man blues. Pero quienes busquen dar un paso adelante en las caminatas del esforzado y glorioso cine documental itinerante, que se queden en casa o que busquen otra película, porque en esta no lo darán.
Wild man blues
Dirección: Barbara Kopple. Fotografía: Tom Hurwitz. Sonido: Barbara Kopler y Peter Miller. Intérpretes: Woody Allen y los miembros de su banda de jazz. Estreno en Madrid: cines Novedades, Conde Duque, Madrid, Paz y Real Cimena.
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