Disculpas

Veo muy soprendido el artículo de Antonio Muñoz Molina Ronda de expertos, del 1 de julio. Sorprendido porque alguien de su categoría como escritor (que conste que soy lector y admirador suyo, se preocupe de temas tan triviales y técnicos como las pericias caligráficas. Se lo agradezco por aquello de "que hablen de mí aunque sea bien".Pero él no habla bien, sino muy mal de los peritos calígrafos. Ataca hasta nuestra imagen, dice que llevamos trajes "muy formales" y "muy usados". Quizá tenga razón, pero es que en este oficio la formalidad se exige y la economía no da para mucho, qué le vamos a hacer. Se ensaña además con una compañera, de quien dice: "Lleva melena rubia, que se vuelve visiblemente oscura en la raya del pelo". ¡Por favor! ¡Ése es un comentario de la peor prensa del corazón, no de un escritor y académico de la Lengua! En todo caso, sería "de la Lengua Viperina".

Sigue diciendo que en las pericias caligráficas le parece inquietante la posibilidad del error. A eso le diré que el error es una de las penurias de la condición humana de la que, por mucho que avance la técnica, nunca nos podremos liberar. Los humanos nos equivocamos. Se equivocan los jueces, la policía, los administrativos, los deportistas, los fontaneros, los médicos, los políticos, los pilotos... todos, ¡hasta los peritos calígrafos!

En lo que respecta a mi error en este trascendental caso, le diré que fue debido a la existencia de gestos personales de la escritura del señor Sancristóbal en tal número y medida coincidentes con el texto del tristemente famoso comunicado que me llevó a esa primera y errónea conclusión, que nadie ha sentido más que yo. Cuando se me facilitó la escritura del señor Damborenea me di cuenta de que las coincidencias con los trazos del comunicado escrito eran absolutamente definitivas, aunque las dos últimas palabras seguían siendo del señor Sancristóbal.

Que de vez en cuando sucedan este tipo de cosas en las pericias caligráficas es inevitable. Pero eso no quiere decir que los calígrafos nos equivoquemos siempre. Le puedo asegurar que, al contrario, no nos equivocamos casi nunca. De hecho, nuestras conclusiones definitivas en este caso han sido reconocidas por los propios implicados.

Por mi parte, creo que me he disculpado por mi error inicial, por cierto, más que justificado y justificable desde el punto de vista técnico. No sé si Muñoz Molina va a hacerlo por sus comentarios, rayanos en el insulto, que aparecieron en dicho artículo. Espero de su hombría de bien que lo haga y que, en adelante, no utilice esa preciosa arma del lenguaje, que con tanto arte maneja, para descalificar sin sentido sino para crear buena, o mejor, excelente literatura, que es lo suyo.- .