Enfermos
En virtud de la convocatoria de Aedenat, Comaden, AAVV, CCOO y WWF/ Adena se han celebrado en el Ateneo madrileño, durante los días 25 y 26 de abril, unas jornadas sobre problemas y alternativas de los jardines históricos de Madrid. En ellas, según los términos de dicha convocatoria, "vecinos, sindicatos y ecologistas denuncian la situación de los jardines históricos de Madrid, la desidia de las autoridades responsables, Ayuntamiento, Comunidad y Ministerio de Cultura, que permiten la degradación ambiental y cultural de estos espacios singulares no dotándoles de medios y personal cualificado suficiente".Bueno, los temas tratados fueron demasiado complejos y prolijos como para embutirlos en una modesta columna de opinión, y algunos muy controvertidos. La exigencia de multiplicar por cuatro las plantillas de jardineros municipales, por ejemplo, totalmente plausible desde la perspectiva sindical, hace que se abran las carnes de muchos ciudadanos escaldados por numerosas actuaciones, conocidas y denunciadas en vano, de dicho "personal cualificado". Con todos los respetos para la reivindicación en sí.
Como me sucede tan de tarde en tarde, me gustó, eso sí, encontrarme con otros "seres humanos" dotados aún de sensibilidad, amor y respeto hacia los árboles urbanos, más y más preciosos a medida que se abrasan, extinguen y desaparecen para siempre -la mayoría de las veces, por la brutalidad y codicia de los seres humanos- las grandes selvas húmedas de nuestro planeta. Particularmente satisfactorio resultó para mí el "intercambio de desahogos" con Juan García, de la Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza (Aedenat). Aparte de desahogos, me traspasó varios papeles muy edificantes, como el impreso por la Junta Municipal de Carabanchel explicando al pueblo soberano la remodelación integral que está sufriendo, nunca mejor dicho, la calle de Antonio López. Hay un "antes" y un "después", como en el antiguo anuncio de los chocolates Matías López (niño esmirriado antes, un asquito; niño rollizo después, un querubín; sólo que en este caso es al contrario), y en el "antes" nos encontramos "129 árboles, muchos de ellos inclinados, en mal estado y peligrosos" (uuuh, que viene el coco). En el "después", "138 árboles de gran valor ecológico y ornamental". Es curioso que sean las nuevas varitas plantadas ahora por doquier las que acaparan todos los valores ecológicos y ornamentales, y no los árboles crecidos y frondosos.
Más deplorable es aún la situación planteada en el paseo de la Florida, donde la incompetencia, la insensibilidad, la especulación salvaje y presumiblemente el nepotismo se aunaron para destruir sádicamente uno de los enclaves paisajísticos e históricos más adorables de Madrid. No lo cuento otra vez todo porque ya lo he hecho en esta tribuna, pero pasen y vean, señores lectores, el horror les helará el corazón. No les importó a los iconoclastas que el diseño de dicho paseo y la ubicación de sus árboles fuera obra de Paul Boutelou, jardinero mayor de la corte de Carlos III, ni las numerosas y líricas evocaciones ferroviarias encerradas entre la estación del Príncipe Pío y las ermitas de San Antonio, ..., ni las acacias. Éstas, antiguas y entrañables, quedaron en algunos casos a pocos centímetros de las fachadas prepotentes. Molestaban a los vecinos. Sufrieron una podatala. No bastaba, claro, su suerte estaba echada. Con motivo de las fiestas del barrio, Aedenat ha recogido 2.000 firmas tratando de evitar lo inevitable: la ejecución de los 67 ejemplares supérstites. La respuesta del excelentísimo Ayuntamiento al previo clamor vecinal, un texto de 25 líneas, resultaría increíble si no supiésemos de sobra que, por desgracia, es creíble. Dice que, a lo largo de 1997, la empresa Metrovacesa realizó obras de edificación frente a los números tal y tal, "en base a una licencia otorgada por el órgano municipal correspondiente, observándose la proximidad a la fachada de las edificaciones de la alineación del arbolado existente en la calle". ¡Qué bonito! Ellas, las acacias, llevaban puestas allí cien años, pero "ellos" no se dieron cuenta hasta que se terminó la obra. Había, pues, "peligro para la seguridad vial", por lo que se consideró "oportuno el apeo de los referidos árboles". "El apeo", ¡horrible eufemismo!
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