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Humanismo

Crucial idea esta de que podemos mejorar nuestra condición hasta hacerla digna de la condición humana. Pero el humanismo anda muy cimarrón, como lo rebelde, que sigue siendo el mejor instrumento para alcanzarlo. Vamos que se esconde dentro de unos pocos escondidos, es decir, los que no salen en los boletines oficiales de la realidad. Domeñada la humanidad por el dogal del consumo, casi todo lo que aporta un análisis más completo, suele merecer una muy bien orquestada y planificada descalificación. Estoy refiriéndome a. los otros, los desfavorecidos; a las impagadas facturas ambientales; o al ejercicio de la verdadera responsabilidad de cara a la participación en lo público. El modelo único resulta, al mismo tiempo, especialmente ágil a la hora de incluir en sí mismo, aunque sólo sea de palabra, lo que le niega. De ahí que hasta nos parezca lógico que el PP diga hacer política de centro izquierda, acaso incluso hacerla; como el PSOE dijo y la hizo de centro derecha. Quedan pues pocos proyectos humanistas, es decir, capaces de mejorarnos sustancialmente. Preocupa especialmente la facilidad con que se suele esgrimir que se hace política ecológica, para a los pocos segundos arrasar paisajes y descalificar a los ecologistas por ser "poco humanos". Y que el sistema considera ajenos por no entrar aún en la contabilidad económica.Muy al contrario, cuando se deja de entregar un espacio natural a las maniobras militares. Cuando una carretera deja de pasar sobre una belleza regalada. Cuando queda excluido el accidente nuclear porque un pueblo negó la autorización para que se construyera la central. Cuando una especie es rescatada en el último momento de la extinción. Cuando no hay negocio pero sí independencia e identidad cultural. En suma, cuando se consigue que el entorno y la condición humana no enfermen, quien sale beneficiado en primer y destacadísimo lugar somos nosotros. Pero con la peculiaridad de hacerlo sin distinción. Cuando sucede lo contrario hay beneficiados, desde luego, los que ya los estaban antes, y a menudo bastantes perjudicados. Por eso, sin ir más lejos, aquí y ahora, el medio ambiente pierde cuando gobiernan los políticos más cercanos a las elites poderosas económicamente. Por eso, el cuidado y la conservación de nuestro patrimonio más común, que es la vida y su continuidad, resultan invariablemente progresistas y sin duda la fase más actual y completa del humanismo.

Con todo, de vez en cuando, se arguye que el pensamiento ecológico es peligroso por tener tintes de retroceso: por demostrar escaso amor al progreso. Incluso se habla de cierto fundamentalismo y hasta de riesgo de dictadura. Ciertamente, servir a otros intereses que no son los del sistema provoca esas reacciones que buscan el desarme de lo ecológico. Pero olvidan tan domeñados críticos que como pacifistas activos, los ecologistas ya están doble y voluntariamente desarmados. Que no pueden llegar a ser dictadores porque sencillamente no quieren poder alguno que no sea el de su argumentación. Que en la inmensa mayor parte de los casos ni siquiera se pide el voto, aunque nada hay en contra de quienes lo necesitan para llevar sus ideas a la pretendida práctica. Esa que luego siempre acaba demostrando que es mejor cambiar las actitudes. Pero lo real es bastante más que el mercado y sus servidores. Lo real es también lo que nunca o casi nunca aparece en las crónicas de "actualización de la verdad". Y, sobre todo, lo real debería ser el cumplimiento de las leyes, que el realismo decide tantas veces olvidar. Cuidar de lo vivo, sin excepciones, no es un peligro: es un derecho que funda un proyecto para un futuro más justo y precisamente más humano. Ya lo dijo Bertrand. Russell: "Para formular cualquier ética satisfactoria de las relaciones humanas será esencial reconocer las necesarias limitaciones del poder de los hombres sobre el medio no humano y las deseables limitaciones de los poderes de unos hombres sobre otros".

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