Asesinos ambientados
Estos días los etarras continúan su campaña sistemática para las elecciones autonómicas del próximo octubre. Ahora parecen decididos a dosificar el atentado indiscriminado y se concentran en otros blancos políticos muy determinados y accesibles. Por el momento ETA sigue acumulando cadáveres de concejales del PP. Trata de infundir el pánico suficiente para que sea imposible completar las listas de candidatos de esa formación. La operación se inscribe dentro de la estrategia de desistimiento. Su desarrollo lleva a la silla vacía, la plaza vacante sin cubrir, el abandono, el ahí se quedan. Al mismo tiempo, los cadáveres que se van sumando impulsan la urgencia de hacer "algo", lo que sea, para "acabar de una vez". Una actitud que prende en las gentes en razón directamente proporcional a su inmersión en situaciones de desconcierto y vulnerabilidad. Pero, ¡cuidado con este estallido de buenas intenciones, de diálogo sin límites y de ilimitado pacifismo! Cuidado porque, como ha recordado Fernando Savater, desde el impulso bienintencionado de "acabar de una vez" surgieron en otro tiempo bendiciones para el GAL y ahora podrían incentivarse otras equivocaciones que deriven a continuación por la pendiente inclinada del crimen.Los asesinos del concejal Manuel Zamarreño utilizaron el mando a distancia para perpetrar el crimen sin asumir riesgos. No tuvieron que soportar la mirada de la víctima, ni oír su voz. El recurso a la tecnología despersonaliza, el asesinato a sangre fría, garantiza la eficiencia mortífera pero resta cualquier elemento de esa gloria a la que aspiran los buenos combatientes. Como explica Shelford Bidwell, la guerra no se hace teniendo solamente en cuenta la posibilidad de obtener una "victoria", pues también cuenta la "gloria". Y para conseguir esa "gloria" es necesario hacer la guerra de acuerdo con determinadas reglas y mediante la utilización exclusiva de ciertas armas consideradas honrosas. Nada de que en la guerra vale todo. Como disponen las Reales Ordenanzas, se han de respetar las leyes y usos de la guerra. De la obediencia al mando se excluyen los actos que las contravengan.
Volviendo a Rentería, se sabe que los criminales, una vez comprobado que habían hecho blanco y que el concejal Zamarreño estaba abatido, abandonaron el lugar andando, ajenos a cualquier precipitación innecesaria. Tampoco sus conocidos cómplices de HB tuvieron que inquietarse. Más aún, con toda insolencia ese mismo día del crimen interrumpieron el pleno extraordinario del Ayuntamiento y hostilizaron a quienes en silencio se condolían en la plaza por la muerte del convecino. Es decir, que todavía allí, en Rentería, los asesinos tienen ambiente. Reconocerlo es reconocer el síntoma de una grave enfermedad moral. En cualquier otro lugar, los asesinos y sus cómplices sólo atraen sobre sí la repulsa de todos. Así se vio la semana pasada en Pereruela, una pequeña localidad zamorana, donde se negó sepultura a un suicida que acababa de cometer dos asesinatos por el esforzado procedimiento de la azada. Otro ejemplo fue el de El Lejía, detenido hace unos meses tras un odioso asesinato en Nerva, un pueblito de Huelva. La ira popular que se desencadenó fue tal que sólo la Guardia Civil pudo evitar el linchamiento sacándole de allí.
Por contraste, otros en el País Vasco reclaman la vuelta de los asesinos para celebrarlos más cerca de casa. El lema de odia el delito y compadece al delincuente se ha trastocado por el de comprende el delito y deposita todas tus complacencias en el delincuente. Entre las fuerzas políticas democráticas, los efectos están siendo destructores. El requerimiento del ministro Mayor de que los partidos abandonen las mezquindades en que incurren para alcanzar el poder está siendo desatendido. ¿Dónde ha quedado aquella afirmación de que si ganaran los etarras nosotros seríamos balseros? Además, por si la confusión fuera insuficiente, aparecen 600 curas firmando un escrito equidistante entre asesinados y asesinos y solicitando una mediación del Vaticano. Algo así como los intentos de obtener una paz por separado en junio de 1937 antes de la entrada en Bilbao de los sublevados a través del cardenal Gomá y del cónsul Cavaletti. Se impone elevar una consulta a la Santa Sede para verificar si el Quinto Mandamiento de aquellas tablas que bajó Moisés del Sinaí sigue vigente o si en el País Vasco hay dispensa de cumplirlo en aras de alguna consideración temperamental, sociológica o política.
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