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El cable cruzado

Tereixa Constenla

El ingeniero Andrés Monche jamás podría haber intuido la polvareda -y no precisamente la de naturaleza mineral- que levantaría su obra casi cien años después. Imbuido por las tendencias modernistas que recorrían Europa, tras la estela de la torre Eiffel o la Estatua de la Libertad, el ingeniero ideó una estructura forjada en hierro, que enlazaba con la estación de ferrocarril a través de una rampa de muros de cantería, para embarcar las miles de toneladas de mineral de hierro que salían de las entrañas de Almería a comienzos de este siglo. La gente rápidamente lo bautizó como el cable inglés, por su pertenencia a la empresa The Alquife Mines and Railway Company. Desmoronado o extinguido, el patrimonio legado por la minería, el cargadero de Alquife sigue erguido sobre la playa de las Almadrabillas como una vía muerta que ya no conduce a ninguna parte. Fue un exponente de la modernidad arquitectónica, al igual que la estación de ferrocarril o el mercado central de Almería, frente al historicismo decimonónico: ése es su valor artístico. Hoy, defensores y detractores se escudan en planteamientos modernos para justificar tanto su recuperación como su derribo. Su futuro divide a arquitectos, políticos, periodistas y empresarios. Y cuando la polémica languidecía, un artículo publicado por el escritor José Ángel Valente (ver EL PAIS del viernes 11 de junio), premio Príncipe de Asturias de las Letras, desató de nuevo el ardor guerrero. Valente denunciaba la existencia de una campaña de intereses "cablizidas [sic]", oculta y puramente pesetera, tras las voces que se alzan a favor de la demolición. A la connivencia entre promotores - el Club de Mar y la Autoridad Portuaria de Almería-Motril- que denunciaba el poeta, también aluden algunos arquitectos y fuentes de la delegación provincial de Cultura. Lo que Valente sentenció como "un caso típico de oscura manipulación provinciana". En esta acalorada disputa sobre el futuro del conjunto industrial, sólo se ha excluido, de forma un tanto insólita, el alcalde de Almería, Juan Megino, aunque introduciendo un punto de cordura en el glosario de disparates que se han recitado en los últimos meses: "Nos parece una ligereza posicionarnos hasta conocer exactamente la propiedad y su estado, pero partiendo de una realidad clara: está catalogado y protegido como Bien de Interés Cultural". "Es como si alguien quiere demoler la Alcazaba", agregó. Equiparar el cable inglés con la fortaleza árabe les parece casi blasfemo a quienes desean con vehemencia que el embarcadero corra una suerte similar a la del edificio Trino: cuatro segundos de inmortalidad mientras vuela por los aires. Los historiadores del arte, sin embargo, justifican con claridad su valía por seis razones históricas, tecnológicas, urbanísticas, estéticas, científica e, incluso, artísticas. El proyecto realizado por el arquitecto Ramón de Torres para convertirlo en un espacio lúdico-cultural supera ligeramente los 700 millones, casi la cuarta parte de la cifra que esgrimen los detractores de su conservación. Con este presupuesto reducido, el presidente de la Autoridad Portuaria de Almería-Motril, José Antonio Amate, asegura que estarían dispuestos a comprarlo, siempre y cuando se destinara a usos que permitiesen revertir ganancias en el mantenimiento: "Siempre he dicho que se conserve, pero que se conserve dignamente". Tal vez los 90 millones que se invertirán en otoño a obras de rehabilitación atempere los ánimos y descruce los cables.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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